Capítulo I
“La nada fue el preceder de aquel estallido”, después - energía, condensación y materia-, por último, deviene la tierra y con ella “nosotros”, solo entonces nace el mundo. Se dice que accedemos a él con nuestros ojos y nuestro pensar -a desentrañarlo-, donde las cosas y el pensamiento nos hablan desde ámbitos distintos, aunque, versen acerca de lo mismo -nosotros y el mundo-.
Por ese hacer “milenario” muchos siglos antes de Cristo, “abordar lo real desde el pensar” o hiato creado por quien interroga, ¿brecha que será eterna? No, por suerte existe un umbral conciliador, en sutil y excelsa mediación: “el espíritu”. Su evanescencia permita el florecer de ensueños “y de sueños esperando a ser soñados”, destructor de la separación ficticia -entre mundo por un lado y hombres por el otro- la unidad espera tras esa realidad paralela.
“La pampa no tiene alambrados ni estancias ni peones”, la pampa no tiene dueños, aunque, si habitantes, ¿su metafísica?, es la unión de la tierra con el cielo y su perpetuo vincular, espacio mensurado por -tolderías, machis y gauchos- o lo indómito presente en ese lado del mundo.
“La pampa no conoce el progreso”, eso solo -esnegocio- del conquistador blanco, el mismo de siempre con su impertinencia a cuestas, pues -por no pertenecer- invadió a lo que no pertenece. La pampa, tierra infinita de firmamentos, soles y estrellas, en consciente rechazo ¡a la razón que la refracta! y la define “bárbara”.
Donde -el indio junto a aquel “sin padre”-, la habitaron bajo la intemperie del cielo terrestre.
“La pampa nació horizonte” sin límites fijos pero “la usurpación militar la muto en propiedades”, ¡zarzas y espinas tal hurto de tierras! que el impertinente hizo -al adueñarse de todo-, del viento, del propio desierto y así, ¡desertificarla!.
Fue entonces, que el devenido peón -modificó el futuro de aquel “sin padre”- y extraviarlo en un entramado nostálgico llamado folclore, “estampa grotesca y paradojal, si las hay” ¡que aquel indómito haya quedado atrapado ahí! e inventarle una voz que no es propia.
“Pero fue la victoria del Remington a la lanza”, del alambre a la pradera y del estanciero como patrón - lo que rompió el equilibrio de lo cósmico en ese mundo-, entre animales, plantas, ríos, montes y hombres, expulsados ¡a un devenir civilizado!.
El huinca y su particularidad “por hacerse universal” -impuso sus costumbres-, su cultura extirpo al ritual originario, censuro el saludo al primer sol con los brazos altos, denigro sus ofrendas a la tierra y se burlo del bienestar común que el aborigen conserva. Entonces, animales, frutos y árboles pasaron a ser cosas ¡a la disposición usurera de ese europeo posicionado argentino!, pero un suceder -al que nadie capta-, en pleno mediodía “con el sol brillando en su cenit”, cierta oscuridad, sin opacarlo, se va haciendo silente...
El Chato Gómez es uno de esos paisanos a los que se le mira -con cierto recelo- por portar la fama de ser “medio renegado”, él no se lleva bien con la costumbre de llamar “señor” -cuan distinción nobiliaria- a los dueños de las estancias que rodean al pueblo de Madariaga.
Creación funcional a esos propietarios, donde la condición de peón “es algo que no le agrada” y menos que menos - mirar al patrón-, como alguien superior, donde el precio de lo indómito devenido jornalero -no fue por mera gratuidad e improvisado suceder-. Sino gestado en esa imposición vandálica llamada “campaña del desierto” y a la postre, consolidar la posición de los grandes apellidos y dueños de los llamados -latifundiospor el acto usurpador y vigente “de la propiedad privada”.
Definición y sentencia del poder soberano en consonancia con el otro poder, el jurídico, por sobre uno más antiguo -el consuetudinario- o el derecho de la costumbre “que hace dueños a aquellos que habitan el territorio”. Aspecto que señala la mezquindad y ambición desmedida de tal acaparar, sello del apropiador devenido “señor” -meros usurpadores- donde nadie, que no tuviese permiso “otorgado por ese señor” podría transitar por esas tierras ¡en una época!, donde la trashumancia de paisanos y tolderías, eran cotidianas.
Tandil, Dolores, Rauch, y con ellos, los cascos tipo Macedo, fueron creaciones utilitarias a la “conquista del milico” con su trasfondo destructor.
Tratar de “desertificar” lo que por ahí existe -entiéndase-, ¡aniquilar la cultura, costumbres y a los aborígenes que poblaban y vivían!. Por el emerger “de la famosa generación del 80” y llevar a la práctica, lo que otra generación -casi cuarenta años antes-, pensó en ¡cómo debería ser la naciente República!.
Un cartesianismo satelizó aquellas mentes cultas y cultoras del pensamiento europeo (eurocentrismo), diagramaron una res extensa -la del cuerpo, el territorio, el desierto- y una res cogitans,-la racionalidad, el orden y el progreso-, tarea compleja por aplicar y mensurar un espacio desconocido e inexplorado al cual ¡se lo debía someter!.
Pero “la frontera” es una definición ambigua antes que territorial por el mezclar de indios y blancos, representantes de ¡la barbarie y la cultura!, no son tan opuestos como tales epítetos pudieran hacer pensar” porque hay “indios buenos” operando a favor del blanco y blancos, alojarse en tolderías de los indios. Así, -la frontera-, es una línea de intercambios antes que “separación y conflicto”.
El Chato vive a las afuera del pueblo, “changuea de lo que puede” y su gusto es frecuentar la pulpería del pueblo. Ahí -ginebra de por medio- se trenza al truco junto con otros parroquianos, ¡gana y pierde!, después, va en busca a su tobiano atado al palenque, lugar donde todos los paisanos - dejan sus caballos-, y pone rumbo a su distante rancho en las afuera de Madariaga.
La pulpería es -el centro del mundo de entonces-, lugar donde el “cimarrón humano” va a enterarse de cosas que pasan o suceden en el pueblo, y el peón cuando no trabaja en la estancia, ser habitué también y todos, ponerse al tanto de chismes y vicios -cartas, ginebra y tabaco-. Aparte de beber aguardiente en cantidad, jugar a la taba o mirar alguna carrera de caballos -espontáneamente armada-, el disfrute del encordado o alguna payada improvisada, ¡por ello! -la pulpería-, “es comercio, pasatiempo y roce social de su tiempo”.
El Chato tiene “una cicatriz en la mejilla izquierda” fruto de aquel enfrentar a cuchillo hace algunos años atrás - pertenece a esa especie solitaria del arreglarse y enfrentar a lo que sea-, siempre solo, es el tiempo del ¡arreglate solo!, sin esa especie parasitaria del abogado que tercia.
Su manera de tratar es tosca, tez morena, manos curtidas y expresión seria, afecto -aparte de la pulpería-, “a los boliches de las puertas siempre abiertas”, lugares con permanente tufo a cigarros - a veces-, la mezcla de humo o aroma de un asado.
En aquellos años, aparte de la pulpería, los boliches eran construcciones con ladrillos blanqueados a la cal y techo de chapa a dos aguas, ese era “el almacén rural”, con piso de tierra apisonada con puerta abierta al fondo y entrar -muy brillante- la “luz del sol”, tanto, que lo hace “más grande aún” al interior, entre oscuro y misterioso. En ese sitio del entonces arrabal, se hace lugar el juego de bochas.
Tal es la vida que transcurre -en esa novel Madariaga-.
Época de “nuevos nombres” en sus zonas costeras “como es el crecer del Parque Idaho Gesell”, nuevo espacio tras previo paso -por la estación paraje Juancho-.
Si bien, “nuevos lugares surgen” viejas creencias perduren, como “esa que narra la historia del porqué”, el Chato Gómez -desapareció de la zona de Madariaga-.
Sucedió en una noche oscura y frío de invierno -camino a su tapera- en su recorrido diario, al Chato se le cruza la “Luz Mala” y decide enfrentarse a ella. Las bocas dicen que esa luz es provocada -por el mismísimo diablo-, liberado por la ausencia de algún poder celestial, por ello -queda libre entonces, ¡sin custodia y sin control!, mandinga surge para hacer de las suyas en forma de luz.
El Chato desenvaina “está obligado a aceptar el desafío” -no sin cierto temor-, y advierte que una figura media entre él y la Luz Mala, ¡ y es aquel que acuchillo años atrás y lo marcó en su mejilla!, dicen las lenguas que -jamás hay que seguir a la “Luz Mala”-, porque no se sabe adónde lo lleva a uno. Pero el Chato, por el fervor del desafío impuesto por su contrincante -lo sigue-, “para perderse definitivamente entre la inmensidad del descampado”. Su contrincante al final, ¡se hubo vengado!.
La historia -del Chato Gómez- “siempre es comentario entre gauchos y peones de Madariaga”, en especial, en esos “centros mundanos” a los que Isidro -le gusta asistir-, bebe su ginebra, saluda a algunos de los presentes y se marcha, mañana -debe reparar algo en la casa de un estanciero de la zona-. §
-El amor a Sofía- “atrajo, atrae y atraerá por su vigencia”, su milenarismo precedió al propio Occidente -, sin embargo, el glamor, la reverencia “que el amor a Sofía implica” no lo sea para todos sino ¡solo para los iguales!.
“Gesell es una Hiperrealidad en verano”, considera Gastón - pensador, profesor y prolífico viajante-, con entusiasmo escribe su artículo -y señale su aporía favorita-, la contraposición a tal hiperrealidad con el invierno, porque “esa hiperrealidad del verano”, solo es acotada -a la estacionalidad de la temporada- y un simular por mostrar una Villa Gesell “como balneario y colectivo”. Un eurocentrismo -posicionó- “desde el orden y el progreso”, la creación de Villa Gesell.
Balneario como “parte de un montaje” ¡al servicio del turismo!, “espacio burgués” ligado -a lo hedónico, lo bucólico y al consumo, transitado por autos modelos nuevos y camionetas 4x4-, eje del estar y vidriera del visitante, y mera virtualidad para esa otra realidad: la que trabaja, suda y sufre, por no ser ni dueño ni patrón -que vive y habita en Gesell-.
Y al geselino ¿cómo definirlo? -cavila Gastón-, he aquí cierta paradoja con tal interrogar, por tratar o pensar acerca de un sujeto pleno, pero se trata de alguien escindido por recibir su carga ontológica de “ser” por “estar ahí”, subordinado a una ciudad -que no es la suya-, por la simulación de “ser lo que no es”.
El balneario, muestre como nadie su condición divisible -sujeto fragmentado-, sin cabida a la ilusión del simulacro por aceptar ser puesto ahí, ¡pre reflexivamente!.
Entonces ¿elije él tal condición?,-continua Gastón- no, porque es parte de una realidad que explota su ¡ausencia reflexiva!, y ensancha su alienar por tal imponer, en otras palabras -ese estar al servicio- suspenda toda aserción esclarecedora y -socráticamente- parafrasearse “solo sé que estoy aquí, pero sin saber por qué”.
¿El geselino?, solo es la expresión de un topónimo.
La oficialidad de los intereses posiciona al balnea rio con una publicidad permanente señalando las bondades de este “destino local”; muestra a la costanera, la playa y el mar, cuan portal a un mundo hedónico con fotos, luces, videos, cámaras, un caleidoscopio mediático e hiperreal, o la propaganda acerca de Villa Gesell.
Un espacio de estricto interés comercial, y tras manipulación simbólica, hacer partícipe a aquel que detenta el topónimo, como parte del lugar, pero ¡sin ser dueño de nada!.
Y ¿cómo se inicia todo esto? -Gastón se dispone una vez más a releer acerca de la historia regional de los balnearios costeros- e incluye a Villa Gesell partícipe de ellos.
Los registros “dicen” que se fundó en 1931, y participo “del derrame de asentamientos costeros” iniciados en las dos primeras décadas del siglo veinte. Una “lógica de mercado” apuntala el objetivo de la época -iniciado en las zonas de Ajó- y fue valorar “fondos de espacio improductivo” -el de las estancias-; aprovechar la cercanías con el cordón marino, así, -mensurar, lotear y vender-, otorgaron a “esas zonas”, un valor que ¡en sí mismo! no tenían.
Entre Punta Rasa y Punta Médanos, se encuentran los balnearios de Ajó, creados en esas primeras décadas del S. XX. Se trata de una periferia detentando condiciones económicas de proyección clasista “y desierta de antropología aborigen”, será concebida a base de valores deci monónicos. “Una colonialidad del poder” se hace presente.
“Naciste producto, naciste negocio”, tal la cimiente de los balnearios -se dice Gastón-. -La síntesis en el meditar de Gastón- lo constituye ese sujeto fragmentado también considerado “dividual” y devenido así, ante el hiperrealismo en temporada que “lo descentra más”, y lo convierte en dividual.
Saber que “se está” pero ¡no saber en el fondo para qué!, lo desocialice y le quite ¡fines y objetivos colectivos!. Más que importantes si el deseo es concebir -una cabal comunidad- y combatir el yuxtaponer de individuos e ilusionarse sujetos. Estar en un lugar mutando “espacio de hiperconsumo y devenir como espacio de carencia” - fracturan- “el interior del ser y la identidad de ese” por jamás poner en tela de juicio “ser” ¡un topónimo!.
Deja de pensar y no escribe -está saturado-, abre una cerveza y prende un cigarrillo, se recuesta en su sillón y se queda “en el divague de su mundo interior”, al rato, enciende la TV y pone el cable local. Pasan un programa folclórico valorando lo campestre, cuyo eje más cercano al campo -en Villa Gesell- es el llamado “pago gaucho” de Madariaga.
-Curioso- “se dice”, Gesell no es una cabal ciudad ni tampoco campo, entonces, ¿por qué ese programa del campo?, ¿acaso no es esto un ejemplo más -de la atomización local-?.
Gastón sabe que “la gente de Madariaga y sus alrededores”, fueron los que ejercieron la mano de obra original “en Gesell por aquellos años cuarenta” -época fundacional-, gente que pertenecía ¡a las zonas de Macedo y Juancho también!, junto a una cantidad notable de extranjeros.
Villa Gesell -él, se dice a si mismo- ¡jamás fue matriz fundante en la zona costera! pues su creación fue parte “de la cosmovisión imperante” -construir balnearios en la región-. Precedido por Ostende y la vieja idea de Montecarlo (Pinamar), más el forestar de Guerrero, y la suma -de algunos balnearios del hoy partido de La Costa- “que pertenecían a General Lavalle”, Parque Idaho Gesell nace antecedido por tales fundaciones.
Mucho se ha construido -se dice Gastón-, si tengo en cuenta que en 1931 solo se hizo “lo que es hoy el Museo” para después, ¡instalarse el fervor constructor de hoteles y casas!, con el mudar de “Parque Idaho a Villa Silvio Gesell”. Sin lugar a dudas -que es la década- donde se perfila el balneario con sus primeros servicios a tácitos visitantes pero lo que verdaderamente se funda, ¡es el balneario! eje del impulso constructor y cimiente de una población local.
El programa folclórico lo saca de su descanso y lo estimula a discurrir. “Sí, hay una década silenciosa y oscura”, pero no son los años treinta, poca peonada, forestación y transcurrir previsible, con los cincuenta, nos topemos con años bastante documentados, los sesenta son “la marquesina dorada del lugar”, después, todo es historia oral dispuesta a nuestras inquietudes por escucharlas. Pero la década de la que nada se sabe y simplemente es mostrada por el fervor constructor y presencia de los pioneros, ¡es la del cuarenta!.
Y si te preguntas por “esos años”, ¿cómo hubieron sido por aquí?...porque si hay y existe opacado por el silencio histórico -es esa década-, que nos hace preguntar por la consecuencia de la mezcla de nacionalidades europeas en simultáneo y aglutinadas por aquí. Nacionalismos que fueron enemigos en el conflicto “de la segunda guerra mundial”, ¿nadie dijo o señalo nada?, todos se encontraban viviendo armónicamente, ¿no existían tensiones, conflictos, entuertos?, “o los había” ¿y fueron tapados ante el objetivo claro? ¡no lesionar los intereses del naciente negocio que significaba el balneario!.
Con una institucionalidad -nula- porque el lugar era un apéndice del partido de Madariaga, “las posibles muertes, enfermedades o asesinatos” -de haberlos- ¿cómo se resolvían?...
Gastón vuelve a su sillón, destapa otra cerveza “y cambia de canal”.