Juan Oviedo

Escritor Invitado
en La Web Cultural

"Walichú, tierra maldita" 
Capítulo 2

“A lo lejos se intuyen”, ante el polvo levantado del transitar de sus caballos -eso los anuncie mutuamente-, entonces, ambos paisanos -u originarios del mismo pago-, hacen un alto en el camino, y tras saludo de por medio, noticias y comentarios comienzan a fluir entre ellos. 
La compra de la chacra La Elvira, despierta curiosidad pues -los compradores- no son de la zona. ¿Sabe en cuánto se la vendió? -me comentaron alrededor de 27.500 pesos- “se trata de una verdadera fortuna” -y se abre más posibilidad de trabajo “del que ya hay”-, pero esta vez en siembra o cuidado de animales. 
“La Elvira es bastante grande, tendrá unas 25 a 35 hectáreas quizás, y me enteré que vienen forasteros proveniente de la gran ciudad”, se despacha uno. 
“Bueno”, lo que se está poblando es ese lugar llamado hace algunos años atrás como las “Dunas de Juancho”, y por ello, van a tener que mejorar el camino -por si se va a construir por allá - dice el otro. 
La charla es en la región de Madariaga cerca del pueblo -cabecera del partido- creado apenas algunas décadas atrás, sin embargo, ¡desarrolla un incipiente crecimiento industrial!, por contar con fábrica de hielo -necesario para el transporte del pescado desde la Laguna La Salada hacia Mar del Plata-, y de quesos, cremerías, y por supuesto, “todo lo que tiene que ver con las tareas pecuarias”. 
Si bien la producción agropecuaria, tiene un crecimiento en la producción agrícola cerealera -decaerá- ante el devenir de una ganadería intensa. Pero Madariaga, ¿fue un pueblo nacido sobre tierras arrebatadas?, la historia oficial sustentada -en la legalidad de ese tiempo-, nos dice “que no” pero el preceder que las habitaba -el aborigen-, ¡nos dice que sí!. 
Distancia, pampa y horizonte, espacio del indio cuando aún, no existía Monsalvo ni lindaba con Montes Grandes o el partido del Tuyú, y lejano el devenir -del presente pueblo-, cercano “al natural espacio de la laguna de Juancho”, entonces, -paraje, estancia y después, estación Divisadero-. Y con el reemplazo de nombres, también ¡el destierro! de una antropología por otra. 
“La victoria del Remington” determina un repartijo y plasma la nueva región -favorecedora de inmensas estancias- “más grandes que los mismos pueblos”, por nacer de aquellas. Tal como sucedió con parte del campo “El Tala” del hijo del General Madariaga que fue rematado -e hizo posible la ampliación del naciente poblado-. 
Pero ajenos a toda mirada retrospectiva -ambos paisanos-, charlen animadamente. “Debo ir a Juancho Viejo y me viene una curiosidad”, ¿cuál?, ¿sabe usted porque le llaman Juancho a ese lugar? , sé lo que se dice del pago, ¿y qué se dice?. 
“Pues Juancho fue el nombre de un negro” dado a la bebida, medio matón y cuchillero y muere en su ley “acuchillado” -su cuerpo desaparece en la laguna de referencia-, por eso se le comienza a decir “Laguna de Juancho” y pertenecía a los Montes Grandes, tierra de gauchos. 
¡Ahhhh!, entonces, de Laguna de Juancho se pasa a Juancho Viejo, ¿es así?. Así es paisano. 
“Pero la historia no termina ahí”, sino que continua y se dice -que por ese lugar- se encuentra el “Cementerio de los Indios”, contagiados con tifus y que a su vez, contagiaron a varios gauchos, bueno, ¡todos fueron allí son enterrados!, lugar poco frecuentado por los hombres de aquella zona, por haber visto varias veces “Luz Mala”, rondando. 
“Mire compadre”, se dicen tantas cosas, ¡como esa del tesoro escondido en el paraje llamado Los Talas! -junto a una laguna-, con joyas, platería, y al momento de enterrarlo, se cuelga “en el tala”, un rosario como indicador del tesoro pero ¿sabe? ¡nunca fue descubierto!. 
Como pidiendo “un alto en la charla”, el más viejo saca una tabaquera de cuero donde guarda el tabaco y arma un cigarrillo. La tabaquera tiene cascara de papa -para mantener fresco el tabaco-, y ya una vez hecho, le convida al otro -y ambosse ponen a fumar en silencio oteando el horizonte, después, cada uno seguirá por sus distintos caminos. 
En los años cuarenta -Madariaga- consiste en un pueblo habitado por una cantidad que no sobrepasa los cinco mil habitantes e Isidro, es uno de ellos. Hombre noble, pacífico, alto y corpulento, usa bigote tupido, de pocas palabras pero atento, al escuchar y observar -es uno de los pocos en el pueblo que sabe algo de construcción y ahora-, esta sin trabajo. 
Esa tarde- camino a su casa-, juega con una idea - irse del pago a la zona costera de Lavalle-, donde se comenta “que se esta construyendo”. Sobre esa labor, ¡él les lleva ventaja a muchos otros madariaguenses! porque ellos, “casi no saben nada de construcción” por trabajar como peones en el campo “cuidar animales, en los sembradíos de papas o fábricas de la época” y por eso - muy contados saber de construcción-. 
Pero “lo mismo que le permite aventajar a sus compadres” -también le provoca carencia por desconocer todo acerca de la labor del campo-, pues “no sabía nada del quehacer rural”, no estaba al corriente sobre ese tipo de tarea. Su suerte cambia el día cuando “un hombre al que desconoce” - uno de los nuevos en Madariaga-, le pregunta “si se anima ir a trabajar a Villa Silvio Gesell en la construcción”, allí tendrá trabajo ininterrumpido porque se está haciendo un balneario y trabajo ¡no le va a faltar!. 
Isidro no lo piensa mucho, donde le ofrecen tra bajo -ahí se debe ir-.  
“El camino abierto hacia la costa” -es un decir-, porque no mitiga en nada -los vaivenes- que los viajantes en el viejo camión sufren, pues pozos, charcos y pastizales en la arena, ¡y vérselas también con los moquitos de la zona!. 
Son unos casi cuarenta a cincuenta kilómetros de Madariaga, “y pasar por el paraje de Juancho”, lugar agradable rodeado por un pequeño bosque de casuarinas, araucarias, acacias, ombúes y talas centenarios -alrededor del pequeño complejo de casas- y último reducto construido ¡por el páramo del camino hacia la costa!. 
Llegados al lugar, “Isidro no puede creer lo que mira” - arena, más arena, dunas y más dunas-, con árboles no muy crecidos -el sol, el viento y la sal marina- “curtirán como nadie” a esas pieles y a esos espíritus recién llegados. El obrador donde se alojan -no es grande- y por eso se agolpan unos con otros, una cocina a leña de hierro fundido -da mayor presencia de solidez- al resto de la construcción. 
Pero ¿y en donde estaban?, en un lugar llamado barrio Norte y todos con la misma tarea ¡la de construir casas!. Pasan los días y semanas, “unos y otros ganando confianza”. Las charlas versan acerca del clima, las dificultadas del trabajo y acerca de otros hoteles a construit en el lugar -pero decir hotel “inmediatamente lleva a la simple pregunta” ¿un hotel aquí, y para quién?. 
Sin embargo, ya existen hoteles y hospedajes llamados -Gaviota, Parque y Playa-. 
-Se socializa alrededor del fogón armado por las noches-, así, comentarios, dichos, risas y anécdotas son -junto con el rondar del mate- la actividad que los aglutina. 
¿Y cómo se inicia este construir por aquí?, -pregunta Isidro a un veterano y avezado en la historia del lugar-. “En el verano del 40 llegan a Parque Idaho algunos hombres” -mandados por amigos de Buenos Aires- ¡y quedar hechizados con el lugar!, y ese fue el inicio del presente construir, “el hechizo”. 
La palabra “hechizo”, colabore cuan “especie de leña” a alimentar más -el sentido del fogón- y su firme tradición campera, pues lo escuchado en viejos años, en otros pagos y ajenos escenarios, “se hacen historias y cuentos”. - Tal como la del Chato Gómez-, y prestarse a oír leyendas como “la algarabía de la Salamanca” o “el manifestar de la Luz Mala”, haber escuchado por las noches “el lejano rugir del Lobizón”, o del “andar solitario de la Llorona”, cuentos y relatos deambulando por ahí ¡en espera a ser narrados! en especial “por las noches”. 
Pero ¡lo fantasmal y espectral siempre están presentes! -y allende a ello-, no importa que se crea que son “una maraña de tradiciones”, quizás ¡mitad hechos y mitad fantasías!, pero se adueñen del decir de los hombres -como presencia real-, y exceda “al decir en el fogón”, que lo hace real. Así, -”el hechizo” dicho por el lugar-, tal inocente decir, podría ser el umbral al devenir tácito de lo sombrío y fantasmagórico. 
Si la noche depara “el fogón” , lo que depara ¡el día!, es la rutina instalada -en Isidro y sus compañeros-, ¡construir, comer y seguir construyendo! Tareas pesadas como hacer pastón “la mezcla de cemento, arenas y agua a pura pala” -es una labor que demuela-, como también ¡cargar el carro que trae arena de la playa!, por suerte, la arena estar cerca pero no le va a la zaga -el esfuerzo por acarrearla-. 
Barrio Norte es estratégico en Villa Silvio Gesell, se construye más, y a veces -por las inclemencias climáticas-, pues los materiales vienen de Madariaga, se interrumpa el trabajo. Momentos donde el descanso y ocio se hace en la mayoría de los hombres- Isidro aprovecha para caminar y observar-. Le llama la atención la prefabricada enclavada en el médano -a la que le dicen La Golondrina-, cerca de la casa del dueño de todas estas tierras. 
El que adosa “poco a poco” maquinarias, materiales y hacer -un pequeño almacén-, e ir agregando otras cosas, como un surtidor de nafta “a palanca”, armar un pequeño taller mecánico para guardar maquinarias viales “adquiridas para  acondicionar las calles”. 


Ilustración: Ismael Dajczak
Pero ¿la curiosidad de todo? es la casa con ¡cuatro puertas!, y sí -piensa Isidro-, cuando vuelan las arenas seguro que se tapan las puertas, “ingeniosa idea”. 
Comparando con la poca construcción -del pago de Madariaga-, a Isidro le llama poderosamente la atención, “la cantidad de tanta construcción” y ¡la presencia de mucho extranjero! y según se dice, amigos, conocidos de aquel que los trajo de Madariaga al lugar ¡más que endemoniado!. 
Porque cuando azotan las sudestada con vientos “sin piedad” -entre 80 a 100 kilómetros por hora- , entonces, algunas dunas se convierten “como una especie de volcán”, con la arena revoloteando -cuan humo- ¡y meterse en narices y ojos!. 
“Hechizo y lugar endemoniado”, a Isidro tales palabras le retumban, si bien -inocentes- por ser dichas con otro sentido, el lugar le parece sombrío, y más, ¡por una ausencia de tradición! y solo aportada por el ejercer costumbrista de peones y gauchos de los alrededores-. Un cuerpo se está construyendo pero “sin nada detrás”, sin tradición alguna y por lo tanto, ¡sin defensa al devenir y al suceder! porque “la tradición protege”, otorga sentidos y destinos, provee un horizonte -a quienes bajo ella se encuentran-. 
Es un preceder y “sin ello”, se quede expuesto a cualquier hecho o accidente. Tal como sucedió con ese peón que se hirió una pierna -mientras trabajaba- y con la lesión a cuestas “soportar el doloroso traqueteo” -antes que fueran mejorados los caminos-, al pueblo de Madariaga y tratársela. Se hace patente en Isidro, ¡lo endemoniado!, quizás zonas de Salamancas, ¡espacio donde se perdió el Chato Gómez!, el aguardar de senderos oscuros de una época olvidada o siquiera, sin ser leve huella pero si “campo travieso” al posible recorrer de la Luz Mala. 
Donde -la tradición- “no le dijo al europeo accidentado”, que no era necesario ir hasta Madariaga, sino al pago de Macedo ¡residencia del curandero de la zona! - auténtico indio él-. 
“Pero Isidro no está ahí para pensar” sino para construir, traer arena de la playa, y ayudar a la perforación de pozos para el agua, -casi se ha convertido en un comodín- y hacer todo tipo de tareas. 
Monotonía y hábitos reinan en todos los trabajadores presentes, -y roto solo en el verano-, con ¡esa nueva gente llegada al lugar!, “los turistas”. Hoteles como el Parque y el Playa, más la pensión de la Gaviota, adquieren su razón de ser, e indicador -del imán a significar de Villa Silvio Gesell “para el forastero”-. 
¿Y cómo se llegaba sin automóviles?, aquí una suerte de -pequeña travesía- implique tal viaje. El tren salir de Constitución, trasbordo en Guido -localidad antes llamada Del Vecino-, y después, hasta Madariaga, y bajarse en Juancho. ¿El entretenimiento?, asistir a la maniobra pues uno o dos vagones -de acuerdo a la cantidad de pasajeros que trae-, se los deja, y el tren seguir su trayecto a Macedo y finalizar en Vivoratá -el vecino partido de Mar Chiquita-. -
¡Oye amichi! ¿como vai?-, el cotidiano saludo de los italianos es escuchado por Isidro, ya había algunos cuando él llegó, ¡ fueron los hacedores de la defensa de La Golondrina!, los que después “tendrán su propia inmobiliaria”. Ahora, una camada nueva se hace presente y todos “para lo mismo” ¡hacer casas y construir lo que fuera!. Y la razón de la cantidad de inmigrantes fue la demanda de trabajo -en la zona de Madariaga- ¡eso fue el imán!, muchos europeos llegaron “al pago Gaucho”. 
Isidro se detiene en los nombres curiosos -puestos a las casas-, como La Choza, La Marga, El Chingolo, Rancho Robinson, una suerte de sobrenombre del inmueble al cual compara con otro ¡más que extraño! y escuchado acerca de alguien apodado “el Pingüino” -proveedor de cartas y todo tipo de alimentos traídos de Madariaga con un inconfundible Ford A- era la época de “Parque Idaho Gesell”, antes del mudar a la presente denominación. 

La noche es agradable e ideal para pescar camarones, tirar y recoger el mediomundo improvisado -le resulta un tanto monótono-, pero la pesca es así, con el agigantar de la noche “la oscuridad se hace plena”, es tarde - decide dejar de pescar- “pero algo le llama la atención”. 
Movimientos furtivos en la noche “siempre es para sospechar”, deja de lado su mediomundo y se queda quieto. 
Pues no muy lejos -entre los médanos- a unos doscientos o trescientos metros de la playa, ¡se encienden luces de linternas y después de un rato, se apagan!. 
¿Pero, qué es esto? -se dice- se acerca con sigilo, no puede identificar quienes son, ni detectar caras familiares, “se esconde entre las dunas para observar mejor y no ser descubierto”, esta largo rato así, hasta que puede divisar algunos rostros, reconoce a algunos ¡son esos que están siempre del lado de los alemanes!, así se les llama a quienes estan en esa parte del naciente pueblo. 
La noche serena y el ruido de las rompientes cubren todo el espectro del lugar, llegan nítidas entre las dunas, mientras él, continua fijo aferrado a la duna y mimetizarse con ellas. Puede observar que algunos hombres ¡intercambian gestos pues extienden sus brazos derechos! -algo que él no entiende-, momentos en que las linternas se apagan ¡y todo desaparece en la complicidad de la penumbra!. 
Los hombres se mueven y ponen dirección al pueblo, no saben -que Isidro oculto-, los espía, pero van camino adonde esta él, se hace un ovillo, se aprieta más contra la duna y desea ¡enterrarse en ella!. 
Casi no respira, espera a que pasen, ¡ruega para que no se den cuenta! y escucha el vocablo extraño, ¡pero familiar!, no porque lo entienda, sino porque muchos de los que están en Barrio Norte “propietarios de casas” -cuando hablan-, hacen el mismo sonido, ¡no se trata de una semántica! sino de la fonología del hablar. 
Piensa en irse para el obrador, -pero no-. 
¿Qué es esta gente, que hay por aquí?, con voces muy parecidas “a voces escuchadas alrededor de La Elvira” -recapacita Isidro- , algunos parecen soldados y van para el lado de las casas. Saben por dónde caminan, no es fácil ir entre las dunas en la noche. Isidro agazapado los sigue -con sigilo- guiado por las luces de las linternas, entonces, ¡un ave levanta vuelo asustada por la presencia de él! -señal suficiente para que el grupo se pare-. Solo algún baqueano del lugar puede darse cuenta de ese sonido, ¡de alarma!- se trata de una Perdiz con su inconfundible chillido de alerta “justo ahora” -piensa oculto Isidro- y en el suelo boca abajo. 
“Se miran entre todos” y el baqueano les hace seña para que sigan, los hombres así lo hacen y siguen la marcha -pero un par de ellos-, se esconden. 
Isidro se mantiene quieto, no hace ruido alguno y continua agachado -eso le quita vista y le impide ver- pero también, “no permite que los otros lo descubran”. Se aferra al suelo, su respiración se agita en simultáneo con sus pulsaciones, los dos hombres están cerca, ¡entiende ahí de su error!, meterse en un peligro al cual no sabe cómo resolver. 
“Pasos silenciosos entre las dunas” -un sonido hueco es el que escucha-, ¿se acercan, se alejan?, levanta con miedo la cabeza y los ve que se separan, empapado y bañado en su propio sudor, Isidro toma la decisión, ¡correr cuando ambos hombres estén a unos cien metros y de forma agazapada!. 
Una eternidad, entonces, lo hace, todo va bien hasta que ¡de nuevo el grito de otra ave, denuncia la presencia del intruso!. 
Una de las linternas apunta hacia donde está, no lo puede enfocar bien por estar a unos cien metros, ¡quedate quieto! -escucha-, impulso más que suficiente para Isidro, ¡salir corriendo! Entonces, “el disparo”. 
“Qué raro” -piensa Otto-, ¿el disparo de una Luger por acá? pero no era por la Luger como arma, sino por el disparo en la zona del barrio Norte. 

Formulario de Contacto

(c)2020, Todos los derechos reservados