Juan Oviedo

Escritor Invitado
en La Web Cultural

"Walichú, tierra maldita" 
Capítulo 3

Se queda pensando en la pregunta recién formulada por un alumno: “Profe, ¿qué hacían con la gente que se moría si había mal tiempo?” La cuestión estaba en relación a la clase de Filosofía,donde se aborda a Derrida -y su deconstrucción-,tematizar unos de los primeros libros acerca de Villa Gesell titulado “El Domador de Médanos” versando acerca de los años fundacionales. 
Sin embargo, tal texto, ¿qué dice de la realidad?: nada, pues el texto sólo mitifica. Donde el relato se encuentra al servicio del fundador y lo ensalza. 
“El Domador de Médanos” cuenta la historia del lugar en términos de gesta y apologética a la figura del fundador; así, carácter, decisión y virtudes morales son las condiciones personales y necesarias, presentes para la creación del lugar. 
La narrativa del texto instala al ¡héroe civilizador! gestor de la historia y la cultura. Posiciona una instancia nobiliaria con él pero nada señala acerca del ¡régimen! al cual todos se someten. 
¿Era un fascista?, pregunta un joven, ¿cuál era la tendencia de la época políticamente hablando? nacionalismo versus comunismo ¿no?, -sí- y tales orientaciones políticas significan grandes masas -un Estado presente, y una Nación también-. 
Cuestiones aquí ausente, pero “si crear algo” -me arroga el derecho a imponer-, sea eso lo que sea, ¡esa palabrita de la imposición a un tercero!, ya es un hecho político. Pero también “imposición de su subjetividad” como algo que no se discute como era -no tener vicios- ¡según lo que él entendía como tal! 
“Si, el texto es claro cuando señala” -su temperamento, su tesón y su voluntad- como valores inquebrantables, y contar con acompañantes definidos como “fieles lugartenientes”; ¡y compartir el mismo ideal! Pero ¿saben ustedes cuales eran esos ideales?, llaman ustedes -ideal- a la inquietud por hacer un negocio ¿o ideal es más que eso? Bueno, lo que determina algo como “ideal” -es su teleologismo-. 
“Miren, la mayoría de los libros de este pueblo están centrados en la figura de su fundador y todos son apologéticos”, narran esa misma historia difundida, reescrita y vuelta a reeditar. Así, artículos periodísticos locales y ni ¡qué decir de las guías turísticas!, -programas de TV local y su ensalzo a él como a su descendencia, con monumentos, tótem- compartiendo la misma condición. 
Por ejemplo, si escriben “acerca de la lucha heroica en contra de la arena”, entonces, ¿qué podrá significar -vencer- al médano?, “algo superlativo”. He aquí de fondo la estructura conceptual: fijar una vocación, un imperativo donde el presente Edén de Villa Gesell: -lo es- por la competente presencia de su creador. Parece un narrar bíblico al otorgar características cuasi divinas a un comerciante -e hijo de su época- ¡al convertir su fracaso inicial! en un éxito -de los muchos ya instalados en la región-. 
Los textos apologéticos (cuasi evangelizadores) dejan de lado un tipo de realidad - que no se cuenta para los fines ensalzadores-, porque en los años cuarenta ¿qué ocurría por acá cuando alguien sufría un accidente o se enfermaba? 
Instituciones tan comunes como hospitales, farmacias, salitas etc. no había, ¡pero hay otra más que curiosa aun!, se trata del cementerio. Lo que nos dice de una presencia: Medieval pues en un lugar proclive a accidentes y a heridas de trabajo, y con enfermedades pudiendo causar la muerte -por falta de un tratar competente-, la suma de todo eso más las malas condiciones climáticas, generaron una complicación extra: ¿qué hacer con el difunto? Sin cementerios en el pueblo, el fallecido, debía ser llevado a los parajes de Juancho, Macedo o al mismo Madariaga y cumplir allí con el ritual del entierro. 
Es lo que hoy se define como relato ¿no? Sí, la na rración de aquellas prácticas de -fijación, primeras construcciones, primeros veraneantes, nueva presencia de extranjeros-, eran hechos cotidianos y aparentemente insignificantes pero que, en definitiva, irían perfilando una realidad en la costa bonaerense, la de “los balnearios” a lo largo del cordón marítimo. 
Con la palabra “balneario”, porque así se lo conoció a Villa Gesell, estamos ante un concepto de privilegio y al que se opone otro marginal, su colectivo, o sea, el “geselino”. Pero ¿no es lo mismo balneario y geselino? -alguien pregunta-. No, las riquezas son de “los dueños” del balneario en la temporada y la recesión en invierno, de “los geselinos”. 
Supuestamente todos comparten un ámbito de experiencia, pero no es igualitaria, ¡unos son patrones y otros empleados! Estos textos fundacionales posicionan la bella idea de la creación de un lugar -sin su sentido de clase-, porque si les pregunto, “si llegasen ustedes a interrogar en temporada a los turistas ¿qué es Villa Gesell para ustedes, el balneario o el geselino?, ¿qué creen que dirían?, no les quede la menor duda -el geselino o sea ustedes-, participen también del concepto marginado”. 
Y cuando había mal tiempo ininterrumpido por varios días ¡que se hacía?, siempre se versa acerca de lo mismo, acopio de materiales y de alimentos, pero con el devenir “de la muerte”, -y lo intransitable de todo-, entonces, ¿se llegó a improvisar cementerios ante la descomposición del cadáver? -eso responda a tu inicial pregunta-. 
Miren, construir casas y levantar paredes hacen necesarios otros oficios como plomeros, carpinteros e incluso poceros para el agua, después -ya más adelante- contar con electricistas, porque los obradores donde vivirían los albañiles y peones, se debían alumbrar con lámparas de kerosene, velas -bueno de esto, “si se habla”-. Más allá que el fundador hubiere instalado dos generadores de electricidad, ofreciendo luz eléctrica en forma racionalizada, -sí, se decía que dos horas por la mañana y dos por la noche- “religiosamente a las 22 hs. se apagaba la luz”, tras previo aviso con pequeños guiños y después, momento de los señalados utensilios para iluminarse y después de eso, ¿qué sucedía en el pueblo? ¿No había nada, todos se iban adormir? 
La línea mitificadora del héroe, presenta sus desafíos ¿y cuáles son?, “lo intransitable hecho travesía” en carretones -o carros tirados por varios caballos y ruedas de madera- como algún viejo camión como transporte. Sin embargo, será el aporte del tren ¡del ferrocarril del Sud! quien im pulse a la circulación de la gente en esta región, distribuyendo -entre otras-, mano de obra por lugares de poco acceso en la provincia. 
“Tales textos también son afectos a las cifras”, como era la regularidad del tren pasando tres veces por semana -martes, jueves y sábado- e invalorable presencia como vía de conexión. Así, la suma de casas y de personas que habitaban, eran: En 1945 había unas 15 casas. 
En 1946 llegada de italianos y de los españoles después, los primeros clientes eran alemanes, así las construcciones se aceleran en 1946 y se pueden contar unas 25 casas. 
En 1947 ya se podía contabilizar unas 50 viviendas, la mayoría de las propiedades eran de los alemanes en el barrio Norte. 
Ya en 1948 en Barrio Norte se pueden contabilizar 77 construcciones. 
La historia oficial de un pueblo implica su materialidad, curiosamente se deja el platonismo ideal ¡para pasar a lo sensible! -cantidad, de casas, de gente, de veraneantes-, el éxito es la cuantificación positiva y junto a ellos, las anécdotas inocentes de ese crisol de razas lejos de toda malicia. Tales son los contenidos de los textos cortesanos. ¿Todos los textos acerca del fundador son apolo géticos? Sin lugar a dudas que sí, y si giran alrededor de él, es porque -los autores- quieren vender y para ello ¡sí o sí debe figurar ese apellido!. “Tratan de los sesenta y setenta”, pero no se ha analizado minuciosamente la década del cuarenta y de hacerlo, sólo desde los hechos de la construcción y las cuantificaciones señaladas, pero muertes, enfermedades, conflictos, peleas, no -no es que no hubiera nada de eso- sino que de eso ¡no se habla!. 
Por ejemplo, casos de accidente o enfermedad, eran un problema tratarlas o curarlas, porque en esos años no residían médico o doctores -recién aparecen por 1950-. Sí, entonces, ¿quién podía curar o tratar?, interroga otro joven. 
Hace unos años atrás, Silvia, una amiga que vive en la localidad de San Clemente, me habló sobre los curanderos, la cantidad de ellos que podrían haber por la zona. Ella misma se definía como “media bruja”, “por el vínculo familiar de su bisabuelo, quien curaba” y descendiente de indígenas pampeanos. 
¡Él pertenecía a la pampa, curaba de palabra y con yuyos! Su bisabuelo era seguidor de Pancho Sierra -y murió a los 108 años-, su nombre era Casimiro Miranda y vivió en Quehue, un pueblo chico en La Pampa, cerca de Santa Rosa. Su esposa era descendiente de indígenas. 
Cuando murió Casimiro avisó tres días antes de hacerlo, sólo dijo que -su madre- venía a buscarlo, “murió mientras dormía”. 
Las enfermedades de la época como la tuberculosis, la viruela, sífilis y fiebre tifoidea, eran patologías que causaban estragos en el ámbito rural de la provincia, algo que puso en tensión la estructura sanitaria de la época y a veces -en algunos casos- el elemento natural del aire y el frío de la zona costera-pampeana mataba esos gérmenes. 
Pero, por otro lado, la lejanía de los centros urbanos -en este caso Madariaga- conspiraban en contra de la salud de los pobladores; entonces ¿cómo se curaba en Villa Silvio Gesell?. 
La narración de la historia oficial, antes que enseñar, mostrar o desocultar, en el fondo oculta: el curandero es -junto a ustedes-, partícipe del conceptomarginal también. 
Pertenece a la “gran nación aborigen” del cual -no todos- “poseen ese saber trascendente” cons truido durante milenios entre mesetas, montañas y desiertos de su suelo habitado, se trata de un “saber de vida, conciencia y misterio” -del más allá- presencia permanente. 
Se encuentra ensimismado y concentrado, sobre un cráneo de toro está sentado, sus movimientos son lentos y su aspecto “es el de un simple e inocente linyera”, piel curtida con varios años encima y bombacha muchas veces remendadas, alpargatas con los dedos gordos del pie afuera y -con algunos dientes menos- esta con mate en mano. 
Lo que “hay” en lo que se mira -requiere aprendizaje- ¿quien enseña?, la vida y la muerte se disputen tal labor, “la mirada” como órgano de saber supere “al de la palabra” y órgano del crear, pero mirar ¡no es observar! donde el “ver” y lo “visto”, se hallan más allá de los ojos y eso es lo que “se debe aprender”. 
Por eso “el indio siempre mira en silencio”, no hace gestos de más, es reservado, no sonríe casi, ni es dicharachero y su presencia, suele ser grave -y este indio- es portador de una doble condición: respetado y temido. Se dicen muchas cosas de él, ¡vive en Macedo mucho antes del nacer del pueblo de Madariaga! Su aspecto lo define pampa quizás, pero nadie pueda asegurar nada. Tal es el porte del curandero del lugar -don Pedro-, a él acuden todos aquellos que padecen algún tipo de enfermedad o dolencia. 
“El médico del campo”, atiende a todo tipo de achaques (fuente del respeto) e incluso “daños y males”, (fuente del miedo). En el interior de su rancho yace aguardiente, cuchillos, tabaco y ungüentos, trapos, hierbas y yuyos, pero también amuletos y una cuenca ceremonial para el sacrificio. 
Quien lo visita es del nuevo lugar llamado Villa Silvio Gesell, el accidente sufrido le provocó una herida cortante, ¡el dolor y la inflamación de la herida no lo dejan en paz!, por eso va al “doctor del campo”. Tras saludo, el indio lo mira y le dice “venís de la tierra maldita, igual de donde vino el otro”. 
El paisano no lo entiende muy bien y atina a decir “que esta allá por trabajo” y único lugar en la zona -donde se construye-. Toma el brazo herido, lo examina sin gestualidad alguna, y le da un ungüento para que se lo pase una vez por día -y le advierte-, “debes tener cuidado, no solo hay trabajo, sino -algo más- que la mayoría de los paisanos que están ahí ¡no ven!”. 
“Un lugar maldito es un lugar perverso y todos los que se instalan terminen por sufrir esa maldición”, expresa don Pedro. El paisano le agradece la atención, sube al caballo y pone dirección hacia el pueblo, pero ¡cavilando las palabras del curandero! de “la maldición de la tierra”. En el camino repasa mentalmente -hechos, sucesos, momentos- que muestren, “según su entender”, cosas extrañas y sugieran ¡una mal dición instalada!, pero ¡no!, no puede rescatar nada. El problema era que esa mezcla “de miedo y respeto” hacia don Pedro, lo obliga a considerar más sus dichos y no dar por terminada ahí la cuestión. 
¿Cómo se ve una maldición?, -piensa-, mientras, recorre las leguas que hay entre Macedo y Villa Silvio Gesell, y según su estimación, “unas seis aproximadamente”. 
La noche se va presentando ¡más rápida que de costumbre! -unas nubes negras sobre el poblado anuncian aguacero-, las nubes negras miradas “desde lo lejos”, dan cierta impresión por ceñirse solamente “alrededor del pueblo”, ¡como si devorasen el cielo del lugar!, deglutirlo para sí y posicionarse sobre él. Las nubes parecen no ser nubes simplemente sino -un posar extraño y dirigido como tal-. Hasta le parece “ver dibujado en ellas” -un rostro maligno ensañado-. 
Apura el tranco, “sabe que la lluvia lo atrapará antes”, pero no quiere que la noche lo sorprenda en lugares ¡no muy conocidos!, donde reina la cimarronada. 
La lluvia -amenazante- al final llega, el camino no tarda en volverse fango y dificulta la marcha. Una cortina de agua furiosa cae sobre él “maldiciendo el momento”, por suerte no lo sorprende alejado del obrador. Más cerca del poblado, “el camino se ve mejor y estable”. Llega pero no saca el apero del caballo -después-, y entra raudo para calentarse -con lo que fuera-. Isidro le da algo para que se seque -y con mate en mano- comienza a ganar calor, mientras -el preocupar de la peonada es que pase el temporal- porque con esa lluvia, no se puede trabajar, y si no se trabajaba “no hay dinero por cobrar”. 
Un guiso aguarda medio aguado y con pan viejo, sin bebidas alcohólicas. Después, algún truco, cigarro y cama hasta el nuevo día, “sin fogón por el mal tiempo”. ¿Valía la pena?, no era muy distinto a las formas de vida de las peonadas de otros lugares -la pobreza es la misma en todas partes-, ¡la diferencia era un leve mejor paga!, y según la tarea el jornal rondaba entre “los cinco y siete pesos por día”, donde la gran mayoría de los hombres no tenían familia en el pueblo y solo algunos -como Isidro-, en Madariaga. 
La pregunta por esa falta de familia, en el fondo -es la ausencia de mujeres-, pues ¿qué sucedía con las mujeres en cuestión?, ¿cómo se las arreglaban los hombres con sus deseos?, ¿existía por aquí algún burdel clandestino? La prostitución reglamentada sufre un terrible golpe al ser abolida a mediados de los años treinta. ¿Su conse cuencia directa?: el aumento de prostíbulos clandestinos. 
Si los hay en Madariaga y a veces -disimuladamente en pulperías también-, no es descabellado que algo de eso “exista por Villa Silvio Gesell”, algo así como¡ fortineras clandestinas! “Isidro, andate con el Abelardo a la casa de los Lömpel porque necesitan una mano”, dice el capataz. 
Se trata del arquitecto y su hermano -al frente de las casas más importante de la zona-. 
Llegados allí cargan unos pesados postigones, aleros y puertas de madera dura hachuelada y las transportan hasta una casa cercana para ser colocados -eran de madera pesada y de notable resistir-, pero un contratiempo surge, “una no encaja bien”, una falsa escuadra es el problema a solucionar. 
Claro, la casa y los postigones son creaciones de los hermanos, por lo tanto, ellos se deben encargar de resolver la dificultad, momentos en que ambos hermanos van a su casa -a unos cien metros de ahí-, en busca de planos, mientras, Isidro y Abelardo les esperan. 
Pero es Isidro quien “no se queda afuera”, pues entra, quiere ver el tipo de construcción hecha -varias piezas, cocina, baños, chimenea-; era grande pues calculaba que se trataba de una construcción de entre ¡ochenta y noventa metros cuadrados!, se asoma a una de las piezas y grande es su sorpresa cuando ve “ropa” -pero no cualquiera-, sino una especie de uniformes. 
Y recuerda -aquella noche de las linternas en la playa-, aparte de los saludos y el reunir de ellos, ¡algunos de ellos portar los uniformes que ahora veía! 
“¡Chis, chis!”, chista a Abelardo y lo mire, - ¿qué? -, “veni, veni, rápido, ¿te acordas de lo que te conté la otra noche cuando fui a pescar?, bueno, así, muy parecidos a estos “eran los uniformes que usaba la gente de aquella noche”. 
Se trata de “guerreras de infantería” color gris, -hay botas cortas negras, ribetes, polainas colocadas sobre botas cortas- y pantalones, cuyo color son verde oliva con las trabillas en color cuero. 
Ceñidor de cuero negro, hebilla del cinturón y una leyenda en ellos, “Gott Mit Uns”. “Parecen uniformes militares”. Y ¿qué hace esta gente por acá?, y si viven aquí, ¿de qué se van a ocupar? 
No lo sé, tendrán plata, porque ¡para hacer semejante casa!, plata debes tener ¿no? 
Entonces, Isidro recuerda a los nuevos dueños de la chacra La Elvira, y por ello entender -que es el mismo vocablo- que hablaban aquellos hombres entre las dunas. Razona que se trata ¡del mismo lenguaje! -o parecido-, gente que proviene de lejos, del mismo lugar de donde llegaron los recientes italianos -escuchan los pasos de los hermanos que se acercan-. Salen como si nada, sin ningún comentario, en espera que les ordenen “qué hacer”. 
Después de ese día, Isidro y Abelardo comienzan a prestar atención al aparente movimiento “normal” de gente por la zona de el Pinar y barrio Norte. Italianos, españoles, europeos, ellos y… los alemanes -que parecen venir de todos lados- y en conjunto vivir en silencio, casi como ¡no queriendo llamar la atención! 
“No hay fiestas, ni reuniones, sin familias”, se trata de gente sola, hombres por lo general, entre cincuenta o sesenta años “con marcas en el alma” -que sólo la guerra puede hacer-. 
A veces, alguno más altanero que otro, como ese que mira a los peones -desde arriba hacia abajo-, examinando en silencio ¡su porte y cómo están vestidos!. Típica mirada “cuando se pasa revista”
Ilustración: Ismael Dajczak

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