Se queda pensando en la pregunta recién formulada por un alumno: “Profe, ¿qué hacían con la
gente que se moría si había mal tiempo?”
La cuestión estaba en relación a la clase de Filosofía,donde se aborda a Derrida -y su deconstrucción-,tematizar unos de los primeros libros
acerca de Villa Gesell titulado “El Domador de
Médanos” versando acerca de los años fundacionales.
Sin embargo, tal texto, ¿qué dice de la realidad?:
nada, pues el texto sólo mitifica. Donde el relato
se encuentra al servicio del fundador y lo ensalza.
“El Domador de Médanos” cuenta la historia del
lugar en términos de gesta y apologética a la figura del fundador; así, carácter, decisión y virtudes
morales son las condiciones personales y necesarias, presentes para la creación del lugar.
La narrativa del texto instala al ¡héroe civilizador!
gestor de la historia y la cultura. Posiciona una
instancia nobiliaria con él pero nada señala acerca del ¡régimen! al cual todos se someten.
¿Era un fascista?, pregunta un joven, ¿cuál era la
tendencia de la época políticamente hablando?
nacionalismo versus comunismo ¿no?, -sí- y tales
orientaciones políticas significan grandes masas
-un Estado presente, y una Nación también-.
Cuestiones aquí ausente, pero “si crear algo” -me
arroga el derecho a imponer-, sea eso lo que sea,
¡esa palabrita de la imposición a un tercero!, ya es un hecho político. Pero también “imposición
de su subjetividad” como algo que no se discute
como era -no tener vicios- ¡según lo que él entendía como tal!
“Si, el texto es claro cuando señala” -su temperamento, su tesón y su voluntad- como valores
inquebrantables, y contar con acompañantes definidos como “fieles lugartenientes”; ¡y compartir
el mismo ideal! Pero ¿saben ustedes cuales eran
esos ideales?, llaman ustedes -ideal- a la inquietud por hacer un negocio ¿o ideal es más que eso?
Bueno, lo que determina algo como “ideal” -es su
teleologismo-.
“Miren, la mayoría de los libros de este pueblo
están centrados en la figura de su fundador y
todos son apologéticos”, narran esa misma historia difundida, reescrita y vuelta a reeditar. Así,
artículos periodísticos locales y ni ¡qué decir de
las guías turísticas!, -programas de TV local y su
ensalzo a él como a su descendencia, con monumentos, tótem- compartiendo la misma condición.
Por ejemplo, si escriben “acerca de la lucha heroica en contra de la arena”, entonces, ¿qué podrá
significar -vencer- al médano?, “algo superlativo”.
He aquí de fondo la estructura conceptual: fijar
una vocación, un imperativo donde el presente
Edén de Villa Gesell: -lo es- por la competente
presencia de su creador. Parece un narrar bíblico al otorgar características cuasi divinas a un comerciante -e hijo de su época- ¡al convertir
su fracaso inicial! en un éxito -de los muchos ya
instalados en la región-.
Los textos apologéticos (cuasi evangelizadores)
dejan de lado un tipo de realidad - que no se
cuenta para los fines ensalzadores-, porque en
los años cuarenta ¿qué ocurría por acá cuando
alguien sufría un accidente o se enfermaba?
Instituciones tan comunes como hospitales, farmacias, salitas etc. no había, ¡pero hay otra más
que curiosa aun!, se trata del cementerio. Lo que
nos dice de una presencia: Medieval pues en un
lugar proclive a accidentes y a heridas de trabajo,
y con enfermedades pudiendo causar la muerte
-por falta de un tratar competente-, la suma de
todo eso más las malas condiciones climáticas,
generaron una complicación extra: ¿qué hacer
con el difunto? Sin cementerios en el pueblo, el
fallecido, debía ser llevado a los parajes de Juancho, Macedo o al mismo Madariaga y cumplir
allí con el ritual del entierro.
Es lo que hoy se define como relato ¿no? Sí, la na
rración de aquellas prácticas de -fijación, primeras construcciones, primeros veraneantes, nueva
presencia de extranjeros-, eran hechos cotidianos
y aparentemente insignificantes pero que, en definitiva, irían perfilando una realidad en la costa
bonaerense, la de “los balnearios” a lo largo del
cordón marítimo.
Con la palabra “balneario”, porque así se lo conoció a Villa Gesell, estamos ante un concepto de
privilegio y al que se opone otro marginal, su colectivo, o sea, el “geselino”. Pero ¿no es lo mismo
balneario y geselino? -alguien pregunta-. No, las
riquezas son de “los dueños” del balneario en la
temporada y la recesión en invierno, de “los geselinos”.
Supuestamente todos comparten un ámbito de
experiencia, pero no es igualitaria, ¡unos son
patrones y otros empleados! Estos textos fundacionales posicionan la bella idea de la creación
de un lugar -sin su sentido de clase-, porque si
les pregunto, “si llegasen ustedes a interrogar en
temporada a los turistas ¿qué es Villa Gesell para
ustedes, el balneario o el geselino?, ¿qué creen
que dirían?, no les quede la menor duda -el geselino o sea ustedes-, participen también del concepto marginado”.
Y cuando había mal tiempo ininterrumpido por
varios días ¡que se hacía?, siempre se versa acerca
de lo mismo, acopio de materiales y de alimentos,
pero con el devenir “de la muerte”, -y lo intransitable de todo-, entonces, ¿se llegó a improvisar
cementerios ante la descomposición del cadáver?
-eso responda a tu inicial pregunta-.
Miren, construir casas y levantar paredes hacen
necesarios otros oficios como plomeros, carpinteros e incluso poceros para el agua, después -ya
más adelante- contar con electricistas, porque los
obradores donde vivirían los albañiles y peones, se debían alumbrar con lámparas de kerosene,
velas -bueno de esto, “si se habla”-. Más allá que
el fundador hubiere instalado dos generadores
de electricidad, ofreciendo luz eléctrica en forma
racionalizada, -sí, se decía que dos horas por la
mañana y dos por la noche- “religiosamente a las
22 hs. se apagaba la luz”, tras previo aviso con pequeños guiños y después, momento de los señalados utensilios para iluminarse y después de eso,
¿qué sucedía en el pueblo? ¿No había nada, todos
se iban adormir?
La línea mitificadora del héroe, presenta sus desafíos ¿y cuáles son?, “lo intransitable hecho travesía” en carretones -o carros tirados por varios
caballos y ruedas de madera- como algún viejo
camión como transporte. Sin embargo, será el
aporte del tren ¡del ferrocarril del Sud! quien im
pulse a la circulación de la gente en esta región,
distribuyendo -entre otras-, mano de obra por
lugares de poco acceso en la provincia.
“Tales textos también son afectos a las cifras”,
como era la regularidad del tren pasando tres veces por semana -martes, jueves y sábado- e invalorable presencia como vía de conexión. Así, la
suma de casas y de personas que habitaban, eran:
En 1945 había unas 15 casas.
En 1946 llegada de italianos y de los españoles
después, los primeros clientes eran alemanes, así
las construcciones se aceleran en 1946 y se pueden contar unas 25 casas.
En 1947 ya se podía contabilizar unas 50 viviendas, la mayoría de las propiedades eran de los
alemanes en el barrio Norte.
Ya en 1948 en Barrio Norte se pueden contabilizar 77 construcciones.
La historia oficial de un pueblo implica su materialidad, curiosamente se deja el platonismo ideal
¡para pasar a lo sensible! -cantidad, de casas, de
gente, de veraneantes-, el éxito es la cuantificación positiva y junto a ellos, las anécdotas inocentes de ese crisol de razas lejos de toda malicia.
Tales son los contenidos de los textos cortesanos.
¿Todos los textos acerca del fundador son apolo
géticos? Sin lugar a dudas que sí, y si giran alrededor de él, es porque -los autores- quieren vender y para ello ¡sí o sí debe figurar ese apellido!.
“Tratan de los sesenta y setenta”, pero no se ha
analizado minuciosamente la década del cuarenta y de hacerlo, sólo desde los hechos de la construcción y las cuantificaciones señaladas,
pero muertes, enfermedades, conflictos, peleas,
no -no es que no hubiera nada de eso- sino que
de eso ¡no se habla!.
Por ejemplo, casos de accidente o enfermedad,
eran un problema tratarlas o curarlas, porque en
esos años no residían médico o doctores -recién
aparecen por 1950-. Sí, entonces, ¿quién podía
curar o tratar?, interroga otro joven.
Hace unos años atrás, Silvia, una amiga que vive
en la localidad de San Clemente, me habló sobre los curanderos, la cantidad de ellos que podrían
haber por la zona. Ella misma se definía como
“media bruja”, “por el vínculo familiar de su bisabuelo, quien curaba” y descendiente de indígenas pampeanos.
¡Él pertenecía a la pampa, curaba de palabra y
con yuyos! Su bisabuelo era seguidor de Pancho
Sierra -y murió a los 108 años-, su nombre era
Casimiro Miranda y vivió en Quehue, un pueblo
chico en La Pampa, cerca de Santa Rosa. Su esposa era descendiente de indígenas.
Cuando murió Casimiro avisó tres días antes de
hacerlo, sólo dijo que -su madre- venía a buscarlo, “murió mientras dormía”.
Las enfermedades de la época como la tuberculosis, la viruela, sífilis y fiebre tifoidea, eran patologías que causaban estragos en el ámbito rural de
la provincia, algo que puso en tensión la estructura sanitaria de la época y a veces -en algunos
casos- el elemento natural del aire y el frío de la
zona costera-pampeana mataba esos gérmenes.
Pero, por otro lado, la lejanía de los centros urbanos -en este caso Madariaga- conspiraban en
contra de la salud de los pobladores; entonces
¿cómo se curaba en Villa Silvio Gesell?.
La narración de la historia oficial, antes que enseñar, mostrar o desocultar, en el fondo oculta: el
curandero es -junto a ustedes-, partícipe del conceptomarginal también.
Pertenece a la “gran nación aborigen” del cual
-no todos- “poseen ese saber trascendente” cons
truido durante milenios entre mesetas, montañas
y desiertos de su suelo habitado, se trata de un
“saber de vida, conciencia y misterio” -del más
allá- presencia permanente.
Se encuentra ensimismado y concentrado, sobre
un cráneo de toro está sentado, sus movimientos
son lentos y su aspecto “es el de un simple e inocente linyera”, piel curtida con varios años encima y bombacha muchas veces remendadas,
alpargatas con los dedos gordos del pie afuera y
-con algunos dientes menos- esta con mate en
mano.
Lo que “hay” en lo que se mira -requiere aprendizaje- ¿quien enseña?, la vida y la muerte se disputen tal labor, “la mirada” como órgano de saber
supere “al de la palabra” y órgano del crear, pero
mirar ¡no es observar! donde el “ver” y lo “visto”,
se hallan más allá de los ojos y eso es lo que “se
debe aprender”.
Por eso “el indio siempre mira en silencio”, no
hace gestos de más, es reservado, no sonríe casi,
ni es dicharachero y su presencia, suele ser grave
-y este indio- es portador de una doble condición: respetado y temido. Se dicen muchas cosas
de él, ¡vive en Macedo mucho antes del nacer del
pueblo de Madariaga! Su aspecto lo define pampa quizás, pero nadie pueda asegurar nada. Tal es
el porte del curandero del lugar -don Pedro-, a él acuden todos aquellos que padecen algún tipo de
enfermedad o dolencia.
“El médico del campo”, atiende a todo tipo de
achaques (fuente del respeto) e incluso “daños y
males”, (fuente del miedo). En el interior de su
rancho yace aguardiente, cuchillos, tabaco y ungüentos, trapos, hierbas y yuyos, pero también
amuletos y una cuenca ceremonial para el sacrificio.
Quien lo visita es del nuevo lugar llamado Villa
Silvio Gesell, el accidente sufrido le provocó una
herida cortante, ¡el dolor y la inflamación de la
herida no lo dejan en paz!, por eso va al “doctor
del campo”. Tras saludo, el indio lo mira y le dice
“venís de la tierra maldita, igual de donde vino
el otro”.
El paisano no lo entiende muy bien y atina a decir
“que esta allá por trabajo” y único lugar en la
zona -donde se construye-. Toma el brazo herido,
lo examina sin gestualidad alguna, y le da un ungüento para que se lo pase una vez por día -y le
advierte-, “debes tener cuidado, no solo hay trabajo, sino -algo más- que la mayoría de los paisanos que están ahí ¡no ven!”.
“Un lugar maldito es un lugar perverso y todos
los que se instalan terminen por sufrir esa maldición”, expresa don Pedro.
El paisano le agradece la atención, sube al caballo
y pone dirección hacia el pueblo, pero ¡cavilando
las palabras del curandero! de “la maldición de la tierra”. En el camino repasa mentalmente -hechos, sucesos, momentos- que muestren, “según
su entender”, cosas extrañas y sugieran ¡una mal
dición instalada!, pero ¡no!, no puede rescatar
nada. El problema era que esa mezcla “de miedo
y respeto” hacia don Pedro, lo obliga a considerar
más sus dichos y no dar por terminada ahí la
cuestión.
¿Cómo se ve una maldición?, -piensa-, mientras,
recorre las leguas que hay entre Macedo y Villa
Silvio Gesell, y según su estimación, “unas seis
aproximadamente”.
La noche se va presentando ¡más rápida que de
costumbre! -unas nubes negras sobre el poblado
anuncian aguacero-, las nubes negras miradas
“desde lo lejos”, dan cierta impresión por ceñirse
solamente “alrededor del pueblo”, ¡como si devorasen el cielo del lugar!, deglutirlo para sí y posicionarse sobre él. Las nubes parecen no ser nubes
simplemente sino -un posar extraño y dirigido
como tal-. Hasta le parece “ver dibujado en ellas”
-un rostro maligno ensañado-.
Apura el tranco, “sabe que la lluvia lo atrapará
antes”, pero no quiere que la noche lo sorprenda
en lugares ¡no muy conocidos!, donde reina la
cimarronada.
La lluvia -amenazante- al final llega, el camino no
tarda en volverse fango y dificulta la marcha. Una
cortina de agua furiosa cae sobre él “maldiciendo
el momento”, por suerte no lo sorprende alejado del obrador. Más cerca del poblado, “el camino se
ve mejor y estable”. Llega pero no saca el apero
del caballo -después-, y entra raudo para calentarse -con lo que fuera-. Isidro le da algo para que
se seque -y con mate en mano- comienza a ganar
calor, mientras -el preocupar de la peonada es
que pase el temporal- porque con esa lluvia, no
se puede trabajar, y si no se trabajaba “no hay dinero por cobrar”.
Un guiso aguarda medio aguado y con pan viejo,
sin bebidas alcohólicas. Después, algún truco, cigarro y cama hasta el nuevo día, “sin fogón por el
mal tiempo”. ¿Valía la pena?, no era muy distinto
a las formas de vida de las peonadas de otros lugares -la pobreza es la misma en todas partes-,
¡la diferencia era un leve mejor paga!, y según la
tarea el jornal rondaba entre “los cinco y siete pesos por día”, donde la gran mayoría de los hombres no tenían familia en el pueblo y solo algunos
-como Isidro-, en Madariaga.
La pregunta por esa falta de familia, en el fondo
-es la ausencia de mujeres-, pues ¿qué sucedía
con las mujeres en cuestión?, ¿cómo se las
arreglaban los hombres con sus deseos?, ¿existía
por aquí algún burdel clandestino? La prostitución reglamentada sufre un terrible golpe al ser
abolida a mediados de los años treinta. ¿Su conse
cuencia directa?: el aumento de prostíbulos clandestinos.
Si los hay en Madariaga y a veces -disimuladamente en pulperías también-, no es descabellado
que algo de eso “exista por Villa Silvio Gesell”,
algo así como¡ fortineras clandestinas!
“Isidro, andate con el Abelardo a la casa de los
Lömpel porque necesitan una mano”, dice el capataz.
Se trata del arquitecto y su hermano -al frente de
las casas más importante de la zona-.
Llegados allí cargan unos pesados postigones,
aleros y puertas de madera dura hachuelada y
las transportan hasta una casa cercana para ser
colocados -eran de madera pesada y de notable
resistir-, pero un contratiempo surge, “una no
encaja bien”, una falsa escuadra es el problema a
solucionar.
Claro, la casa y los postigones son creaciones de
los hermanos, por lo tanto, ellos se deben encargar de resolver la dificultad, momentos en que
ambos hermanos van a su casa -a unos cien metros de ahí-, en busca de planos, mientras, Isidro
y Abelardo les esperan.
Pero es Isidro quien “no se queda afuera”, pues
entra, quiere ver el tipo de construcción hecha
-varias piezas, cocina, baños, chimenea-; era
grande pues calculaba que se trataba de una
construcción de entre ¡ochenta y noventa metros
cuadrados!, se asoma a una de las piezas y grande
es su sorpresa cuando ve “ropa” -pero no cualquiera-, sino una especie de uniformes.
Y recuerda -aquella noche de las linternas en la playa-, aparte de los saludos y el reunir de ellos,
¡algunos de ellos portar los uniformes que ahora
veía!
“¡Chis, chis!”, chista a Abelardo y lo mire, - ¿qué?
-, “veni, veni, rápido, ¿te acordas de lo que te conté la otra noche cuando fui a pescar?, bueno, así,
muy parecidos a estos “eran los uniformes que
usaba la gente de aquella noche”.
Se trata de “guerreras de infantería” color gris,
-hay botas cortas negras, ribetes, polainas colocadas sobre botas cortas- y pantalones, cuyo color
son verde oliva con las trabillas en color cuero.
Ceñidor de cuero negro, hebilla del cinturón y
una leyenda en ellos, “Gott Mit Uns”.
“Parecen uniformes militares”.
Y ¿qué hace esta gente por acá?, y si viven aquí,
¿de qué se van a ocupar?
No lo sé, tendrán plata, porque ¡para hacer semejante casa!, plata debes tener ¿no?
Entonces, Isidro recuerda a los nuevos dueños de
la chacra La Elvira, y por ello entender -que es el
mismo vocablo- que hablaban aquellos hombres
entre las dunas. Razona que se trata ¡del mismo
lenguaje! -o parecido-, gente que proviene de
lejos, del mismo lugar de donde llegaron los recientes italianos -escuchan los pasos de los hermanos que se acercan-. Salen como si nada, sin
ningún comentario, en espera que les ordenen
“qué hacer”.
Después de ese día, Isidro y Abelardo comienzan a prestar atención al aparente movimiento
“normal” de gente por la zona de el Pinar y barrio
Norte. Italianos, españoles, europeos, ellos
y… los alemanes -que parecen venir de todos lados- y en conjunto vivir en silencio, casi como
¡no queriendo llamar la atención!
“No hay fiestas, ni reuniones, sin familias”, se trata de gente sola, hombres por lo general, entre
cincuenta o sesenta años “con marcas en el alma”
-que sólo la guerra puede hacer-.
A veces, alguno más altanero que otro, como ese
que mira a los peones -desde arriba hacia abajo-,
examinando en silencio ¡su porte y cómo están
vestidos!. Típica mirada “cuando se pasa revista”