Juan Oviedo

Escritor Invitado
en La Web Cultural

"Walichú, tierra maldita" 
Capítulo 8

“Don Clemente me voy a ir unos días para el mar a conocerlo”, expresa Aucá, pero si Pedro, tendrás unas seis o siete leguas hasta llegar, le dice el otro y completa, “siempre rumbo al este llegarás”, ¡solo tene cuidado con los chanchos de la zona!. Temprano llena su morral, pone -charque, tabaco y aguardiente, una buena provisión de agua-. y parte rumbo al este, despacio sin cabalgar “solo al tranco”. 
Aucá se va internando en ese paraje nuevo y sin embargo “conocido” de plumeros, bañados, pajonales y algunas lagunas, es un viaje agradable con un buen sol y el cantar de las aves del campo silvestres, el aviso del gritar de los teros -y un impulso le viene-, se saca la camisa de arriba y a modo de vincha se ciñe un trapo en la cabeza ¡una sensación de íntimo reencuentro tiene lugar!. 
Él es distinto, no es blanco, puede vestirse como tal -pero no lo es-. Lo consuetudinario está impregnado cuan ¡capa profunda en su ser!, y una nueva forma de firme resistencia ronda en su cabeza -combatir de alguna forma-. 
¡Vengar esa privación que significo el sacar a su tribu de la tierra! -que no significo un mero lugar para habitar o vivir, sino “de ser”-, y sufrir la imposición del hombre blanco. Detrás de la voz, estampa y presencia casi invisible de Pedro, el rebelde se mantiene con su sentido indomable, alimentando su resistir y desde ahí, mantenerse en equilibrio en ese entorno ¡sin debilitarse jamás!. 
Porque -si el cuerpo y el alma- no funcionan ¡como una sola voluntad! - entre lo que “se es” y “se hace”-, entonces, se debilita y se torna blanco de la negatividad circundante. 
Aparecen las primeras dunas y elige para cruzar -por las más bajas-, no quiere sobresalto alguno, “después de mucho tiempo está nuevamente solo”, las dunas dan un paisaje desolador donde ¡nada puede crecer ahí!. 
Primero, “huele la sal en el aire”, después, el sonido único y diferente agigantándose hasta que en “la última loma de la duna” -lo ve-. Allí está “el mar” -fuerte, poderoso, infinito e inmenso-, con una ancha playa alrededor de unos doscientos metros, ¡como hipnotizado se queda con templándolo!, un grupo de gaviotas también se hacen presentes a sus ojos y puede sentir esa sensación que su maestro machi le supo decir, “¡energía! presente bullendo en todo lo que mira, ¡energía! como una fuente de vida”. 
“Sol de día y estrellas de noche, soledad absoluta sin nadie cerca”, Aucá tiene la necesidad de desvestirse y así lo hace, unta su cuerpo con un poco de barro -para protegerse de los mosquitos- y adquiere una apariencia “pseudo humano”, pero barro que “se sale” cuando sale del mar o es atrapado por la rompiente. 
Así transcurren sus días -en la displicencia total de quien no tiene obligaciones ni debe “su estar” a nadie en particular-. Con el atardecer y el apa¬recer de la primera estrella vespertina, prende un fuego e inicia su ceremonia a la mapu presente, “pídele a la mapu”, le había dicho su mentor, pero él solo agradece. 
“La somnolencia lo fue atrapando” en la medida que las dunas se hacían más altas, treinta metros quizá o mucho más -a lo lejos-, el paisaje, pero con árboles que no eran de esta tierra de espinillos, ombúes o piquillines, sino “de otros pagos muy lejanos”, y una batalla hacerse patente ¡con blancos luchando entre sí!, tal como los espíritus del mal lo hacen, peleando, sometiendo y esclavizando a otros -y después-, “gente sobre la playa abarrotando todo espacio”, que lo miran burlonamente, vistiendo ropas raras y con extraños aparatos que manejan, ¡eran como carretas pero sin caballos!. 
“Aucá esta inmóvil”, no puede hacer nada, solo mirar -cómo se mira algo lejano a uno y sin poder intervenir-, ¿dónde estaban los espíritus de la naturaleza esos primeros habitantes del lugar, en lo que miraba?, no aparecían, quizás expulsados por la invasión del hombre blanco como hicieron con su tribu y los animales de la tierra. 
Gente que atrapan “para sí” la energía de ¡cada cosa viva!, “tal es la visión en su estado de conciencia alterada por el sueño”. Aucá está bajo el efecto de “una realidad visionaria” y así la experimenta -como cada neófito la vive cuan sueño-. 
Y a lo largo de la costa, “el mismo fenómeno repetirse” de dunas arrasadas, árboles de otro lugar, cascos inmensos -pueblos naciendo a la vera del mar- y visitados por miles de blancos agolpados en la arena, sin espacio para nadie -que no fueran ellos mismos-. 
Despierta, se queda hundido en esas imágenes, con el fuego apagado -cavila para sus adentros- ¡lo que los espíritus le habían dicho y mostrado!, la realidad del hombre blanco era la de actuar bajo la naturaleza “de lo tangible” y sin tener en cuenta -la realidad del espíritu-. La visión de ese blanco, es la de un saber-hacer limitado y solo centrado en él, “en el momento”, sin pensar en otra cosa que no fuera él, ¡y ser solo cuerpo!. 
“No es el horizonte quien limita la vista”, sino la capacidad de ver, y si “ese ver” solo está centrado en el afuera, deja de lado su propio -sí mismo-, y anule un ejercicio elemental, la capacidad del saber “de su hacer”. Y si eso “solo queda centrado en un presente lucrativo” y sin importar -si sus acciones-, afectan o no el equilibrio de otros, ¡quiten todo futuro a la armonía!. 
La mirada que dice y sentencia “que la naturaleza” -es un bien al servicio del enriquecimiento privado y personal-, es muy distinta a la actitud de sus hermanos de otras tribu y de otros tiempos por la región, (Querandíes), los que supieron andar por estas playas distantes, abiertas y libres de todo habitar y sin modificar nada -tomaban lo que podían, agradecían a la tierra y continuaban su camino-. ¡El saber de los blancos, tan ciego y limitado! porque la tierra por sí sola “jamás podrá producir nada”, no habrá árboles, ni pastos, ni animales, ni aves, ni reptiles; porque es el agua quien engendra en la tierra a través de la energía -a los que otros hermanos-, llaman newen. 
El blanco ¡el maula de siempre!. 
Aucá se queda en ese espacio “de dunas y mar” por un tiempo más -mientras una idea lo visita-, ¡quitar la energía del lugar!, su autoconciencia le otorgue poderes y saberes para peticionar, sobre ese extraño hecho, ¿la vida como energía?, entonces, Aucá ¡peticione por la muerte!. Pero -no la muerte como hecho biológico de la vida- sino de la vida como muerte en este lugar: MALDECIRLO. Así, en todo nacer positivo le asista su faz negativa, “el germen de la antítesis estar en su propia tesis”, según definir hegeliano. 
Y se entrega a la tarea por construir semejante sortilegio, “apela al conjunto de misterios que exploran los enigmas del mundo”, bucea en la dimensión paralela -coexistente con el nuestro-, como afectar toda manifestación de vida -bajo el trance de los sueños-. ¿Qué significado tiene el mundo de los sueños para Aucá?. 
Ponerse en contacto con el inframundo y puerta por el cual se pueda acceder, entonces -a vislumbrar la dimensión de espíritus y dioses-, peticione su germen pensado...“peticionar a Walichú”.

La bruma siempre fue luz entre las tinieblas ¡y cargó! la dualidad, “mitad día y mitad noche” -la misma patentizada en los bañados”- pero ahora presente en el mar, ¿será la misma que varias veces lo salvo?, o ¡quizás diferente!. 
“El sueño está ahí”, algo que no domina, ¡porque es el sueño quien lo domina!, la luz es oscura y no se definen bien las cosas, ¿éxtasis, trance, posesión?, esas son definiciones conceptuales buscando dar a entender “la experiencia que se vive” pero -de forma limitada-. 
No lo sabe, quizás -fuera todo eso a la vez o no-, le parece estar bajo un viento perpetuo y camina entre un suelo fangoso -tal como se pone en los días de lluvia-, una silueta se le acerca, es la de su machi Nahuel, pero no lo hace solo, sino que junto a él, está el machi que lo inicio a Nahuel, y aquel -con su maestro-. 
Una larga cadena de machis vinculados entre sí se hacen presentes a los ojos somnolientos de Aucá. “Pero no solo eso” sino también ¡enfermedades, castigos y aguas cristalinas como nauseabundas se hallan en ese lugar! -en el espacio sin espacio y con lo visible de lo invisible- sin lo conceptual de lo dialéctico ¡sino que es pura fenomenología!. 
El tema de la naturaleza humana “se trasluce en lo que somos”, ¿solo somos carne, materia y cuerpo?, de ser así, entonces, las llamadas materias sutiles, invisibles e intangibles o los espíritus que los chamanes experimentan -¿serían deseos quiméricos?-. 
Y de ser “falsa la dimensión de los sueños como espacio revelador de dioses, dones” -su ejercicio mediador-, ¡también ser charlatanerías aceptadas por mentes ignorantes y supersticiosas!. 
Pero, si el hombre aparte de materia es sutilidad -materia etérea-, entonces, un espacio nuevo se abre ¡el espacio de los espíritus y seres sagrados!, donde todo chaman en trance de por medio, “proyecte su materia sutil y se ponga en contacto con los seres del inframundo”, comunicarse con ellos. 
Así procede Aucá en su peticionar, invoca a la deidad incontrolable y se posicione en estas regiones ¡como castigo al blanco por su profanar!. 
Walichú (Gualicho) es el gran espíritu maligno -provocador de daños, enfermedades y calamidades-. 
Walichú posea una forma misteriosa de mostrarse -bajo muy diferentes modos-, y actúe en forma destructiva, en algunos casos parecerá venganza por una ofensa supuestamente olvidada, en otros, alguien sufrir un extraño accidente -como la caída de un balcón, o de un rayo-, violencia impulsada “por consumo de alcohol” o “prejuicios” explotando en una simple reunión terminada en muerte. También, como enfermedad evitable e imposible de explicar. 
“Señor de la tierra” prepara trampas que los blancos no creen -y ahí reside su fuerza- ¡hechos naturales! como el desmoronar de barrancas, ríos arrasando con todo por crecer repentinamente, raspaduras inocentes con espinas inofensivas pero venenosas al fin, un pantano traicionero ahogando a inexpertos. 
Walichú se hace presente ante el pedido de engualichamiento o súplica a su presencia para posicionar el mal en una determinada -región, zona, casa o persona-. Respetado y venerado responda ¡al brujo que lo sepa invocar!, la experiencia de Aucá incursionando en ese otro mundo es limitada. Mundo imprevisible, vinculado con lo de abajo, lo escondido, lo subsumido o energía negativa ¡fuente de la maldición!. 
“Maldecir” -es un pedido peligroso- porque se puede volver en contra de quien maldice, “cuando se maldice” se pide por un mal, se solicita una condena, se posiciona un destino, se busca determinar algo, y siempre con el mismo sentido: ¡destruir!, entonces, “el maldecido” sea persona, lugar o cosa, está condenando a sufrir “el daño”. 
Pero quién otorga el hecho factico de esa maldición “es la aplicación de ley divina que autoriza a infligir hechos” -desde esa energía negativa y sus correspondientes consecuencias-, y es Walichú quien la posibilite. Imperando sobre cosas, personas o pueblos, principalmente, operando en una equis región, señalando -que el embrujo de la maldición- ¡ha tenido su éxito!. 
-Por eso la reunión en el inframundo-, entre una cadena de espíritus y también chamanes -tiene lugar-, y considerar la pertinencia de tal pedido, ¡si se le concede a Aucá su demanda!. Aucá se dirige a ellos y les dice, “lo que nos rodea va a desaparecer, dunas, playa, animales”, se va a infringir a la mapu un desprecio más, ustedes ¡ve¬nerables! lo saben y para poder actuar necesiten de un nexo entre “ustedes y la materia”. 
Mi vida estará dedicada a ese nexo y como el sabio Nahuel “me supo decir”, jamás mostrar lo que se “es”, más allá de ser quien pida por este engualichamiento, de este embrujo, de esta maldición para los futuros habitantes de esta región, ¡yo Aucá!, con el venerable respeto, les pide que hagan posible que éste ¡sea mi legado!. Y se aleja de ellos. 
El consejo comienza a deliberar, ¿cuánto tiempo paso?, el tiempo en el inframundo no existe, momentos en que se le acerca Nahuel y le dice, ¡ve y pídeselo tu!, ve ante Walichú y pídele a él, pero ¡ten cuidado!, no te extravíes-si lo haces-, ni siquiera nosotros te podremos guiar para salir de ahí. 
Ir en búsqueda del Dios es una cosa, ¡pero estar frente a él! -otra-, bajo todo tipo de sensaciones -inquietud, amenaza, zozobra, incerteza y terror-, “igual decide ir a su encuentro”. Una vez más la bruma se hace presente y distorsiona las cosas y sus formas -algo “que es” pero “no es” a la misma vez-, rompiendo con toda lógica aristotélica del principio de contradicción. 
Las cosas van cambiando “según el soplo del viento del momento”, y al disiparse la bruma -se puede distinguir mejor-. Un rio y una caverna, -dentro del inframundo- por momentos, el viento deja de soplar “y nuevamente la niebla cerrarse” donde apenas se puede distinguir un par de metros delante de sí. 
“No lo ve”, no es necesario, ¡una inmensa radiación del fondo de la cueva resplandece!, reverencialmente se acerca, no levanta la cabeza -no es posible el directo mirar a los ojos de los dioses y menos que menos a ese Dios-, en silencio arrodillado se queda. 
¡El hombre no está preparado para toparse con la divinidad! -como niño que es-, juega en su inma¬durez ontológica a creer que puede logar tal hazaña, por eso la creación de símbolos y estatuas, para hacer mensurable lo inmensurable -eso dicen ellos-, pero en el fondo, se trata de un reconocimiento certero, ¡no estar capacitado para estar frente al Dios! El agnosticismo habla de evidencia a través del conocer pero ¿cómo puede conocer acerca de lo que no crees?. La materia sutil del inframundo -por un rayo proveniente de algún lado- se hace concreta y Walichú se manifiesta visible. 
Era -seducción, embeleso y engaño-,” era dureza y también caricia, pedernal y agua, sonrisa y mueca”, ¡era todas aquellas formas que estaban en contacto con el hombre blanco! y con todos aquellos que no lo conciben real. Su reinado ¡es eso! -que no se crea en él-. 
No fueron palabras las escuchadas ni letra alguna leída en ningún texto, el corazón del chamán es examinado por la divinidad presente -y a través de esa lectura-, sabe la petición que le hará. 
¿Qué pide Auca?, ayuda, socorro y fuerzas, de conce¬jos, de saber, entre otras y que las modalidades del embrujo, “se liguen al entorno natural”. 
Y “la fluidez informe” del Dios -mude en todas las formas posibles-, entre ¡duna, desierto, ciudad!. “Su espíritu adopte -ese encanto germinal- de la diversidad mágica de las formas”, hacerse presente ahí, entre el hombre blanco con su ¡discordia, ambición y envidia, estimular al enriquecimiento, provocar la chusma y el comentario mordaz!. 
Walichú “intervendrá en el balneario” y le concede a Aucá, ¡su petición!. 
Y un acto de justicia en esa -realidad paralela-también acontezca, “el espíritu de Pincén es re-confortarlo”, aquel lonko admirado en la niñez por Aucá -deseando ser su capitanejo y acompañar al gran guerrero-, se regocije ante el advenir de semejante batalla, ese que “ni aun vencido se declaró vencido”. 
Pincén es nombre de blanco -su nombre de aborigen- es Tapiseñ o Piseñ (las cosas que dice), ejemplar figura resistiendo a todo intento de invasión militar en sus dominios, y aun magnánimo con quien fuera su captor, “por perdonarle la vida al coronel Villegas”, herido y tendido en el suelo en un combate con los indios, recibe varias chuzas de lanzas y cuando va a ser muerto -llega Pincén al lugar- y ordena “que no lo hagan”. 
Posteriormente capturado por Villegas y llevado a la isla Martín García, tras un tiempo preso “huye”, pero es vuelto a atrapar y después de varios años -ya anciano-, será liberado. 
Nunca jamás se encontró el cadáver de Pincén, esparcido entre la pampa y lejanos horizontes, el bravo lonko, detento también el cargo de “dueño del decir”, ¡un hombre espiritual y de conoci¬miento!, responsable de propagar entre los suyos la palabra de los ancestros. 
“El magnífico y único espíritu de Pincén”, es reverenciado por Aucá, ¡jamás se rindió!, ni aun -estando prisionero-. 
Tras un tiempo, Aucá regresa a Macedo

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