Enormes latifundios en los pagos del Tuyu, fueron el origen de las estancias del hoy “partido de
Madariaga” -mucho antes de fundarse-, zonas
que en antaño “supieron ser refugio obligado de
desertores, malhechores o bandidos”, y a esconderse en los Montes Grandes, tierras arrendadas
varios años por Odriozola y compartir espacio
con otros notables de la región como Leluar y Felix Alzaga, y con el -no todavía pueblo y Colonia
Divisadero-.
Se dice que el cacique Macedo, de la Nación
Pampa -vino de Brasil, del pueblo de Maceio-, él
origina el nombre del lugar, así, “la región toma
su nombre”, costumbre corriente en aquellos
pueblos de aborígenes.
La región de Macedo fue utilizada “por el poder
de aquel tiempo”, como parte del avance militar
-doce leguas cuadradas- y alojar a lo largo de
su extensión varios puestos fronterizos. Y cada
puesto poseer un rancho consistente en dos piezas, con quincho y techo de paja.
Pero aparte de la avanzada militar, el establecimiento de Macedo en el siglo XIX, puede entenderse como parte de “una organización social típica”, pues se trata de estancias y un número de
inmuebles habitados -por propietarios, mayordomos, capataces y “mensuales”-.
Algo común con la mayoría de los cascos de su
tiempo, así -extensiones, construcciones de cascos, labores y jerarquías entre patrón y peón, era
la estructura social presente.
Allende a la extensión de los campos se le agregue el gran número de animales imposibles de
cuidar -desde la comodidad del perímetro del
casco-, motivo de la creación de “puestos. Pues
en distintos lugares del campo se levantaron pequeños ranchos llamados “puestos”, viviendo un
peón con su familia cuya tarea era cuidar cierto
sector del lugar que le competia como tal.
¿Su trabajo?, era recorrer y controlar el estado de
los límites -las aguadas, molinos, bebederos y al
ganado comprendido en su sector-, y “por contar
con la confianza del patrón” hallarse en una
escala superior al resto de la peonada y a la que
mandaba.
La construcción edilicia del establecimiento Macedo fue una poderosa construcción y consistió
en dormitorios -más las casas para peones-, y
carnicerías, más cochera y galpón de esquila de
Ovejas.
Y junto a ella, ¡el boliche de campo! -siempre
como negocio exitoso-, construido de material
y techo de tejas, cuente con varias piezas -y en
su edificación principal-, un despacho y grueso
mostrador, ¡con rejas!, para prevenirse ante cualquier tipo de contiendas, “algo corriente en aquellos años”.
Así, juegos, aguardiente, entretenimiento ¡y quizás mujeres!, era toda una invitación para alcanzar “la efímera felicidad que el sensualismo depara” en aquellas condiciones duras de existencia.
Condiciones duras “patentes” con el sufrir de
cualquier accidente, ¿médicos?, solo en poblados
numerosos se los encontraba, después, “rezar
para que nada le pase a nadie” y de padecer algo
-ir a los manosantas-, mientras, las extensiones
de tierras por vigilar y controlar - hacen necesario alambrarlas-.
Están atrasados en relación con otros pagos pues
en plenos años ¡ochenta!, los límites entre las
grandes estancias en Macedo son las barreras naturales de la zona-como ríos, montes, arroyos-, y
también, por contar con la tarea ardua de la peonada para zanjear o hacer pircas.
Macedo tiene un destino entre las estancias de
Alejandro y Federico Leloir, extendiéndose hasta
el cordón del mar. El devenir lo posiciono avanzada contra el indio, después, espacio con grandes cascos de estancias -y más adelante-, paraje
de la estación de tren, “urbanizado” por la construcción de casas ferroviarias con un almacén
de campo llamado La Victoria, ¡vigencia del
nombre e identidad del lugar”!.
“Aucá esta extenuado”, se baja de su caballo y se
recuesta sobre la hierba, por eso no es dificultoso
oír el sonido de algo -acercándose al galope-, se
pone de pie y el paisano ¡sorprendido se detiene!
“lo sorprende la presenciade del indio”, pero no le teme “esta acostumbrado a ellos”. Porque en
plena campaña -la frontera-, al no ser una línea
fija separando mundos, por el contrario, ¡era una
zona de mezcla entre ambas sociedades!, supo
vincularse con indios. Simultáneamente al conflicto, “tanto indios como blancos intercambiaban” -telas, herramientas, ropas, armas, bebida,
comida, cueros-, era un espacio o ámbito de línea
difusa pero no divisora, por contemplarse intereses -de unos y de otros-.
El paisano supo ser parte de esos renegados -que
se habían pasado a los indios-, pues existía una
cantidad considerables de blancos decididos ¡ir
a vivir entre los indios!, por varias razones muy
personales -como deserción, escape de la ley, trifulcas varias y evitar venganzas-, y disponerse a ir
hacia las tolderías -y vivir allí como refugiados-.
Por eso no hubo complicaciones a la hora de la
comunicación entre ambos, ¡y enterarse de las
peripecias de Aucá!, entonces, llevado -por su
pasado en aquellas tolderías-, decide ayudarlo y
le ofrece “un lugar” para trabajar en el puesto de
la estancia -como un peón más-.
Algo que no es descabellado, teniendo en cuenta
que muchos Pampas habían pasado a integrar un
incipiente sector de trabajadores rurales e incorporados -como mano de obra contratada para las
cosechas- siendo expertos hacedores de cueros.
El paisano lo considera -su protegido-, y le enseña las tareas que deberá realizar en el campo -cuidar, arrear, zanjear- y compartir con los otros
gauchos las casas. Con el correr de los días y semanas, se va acostumbrando a su nueva situación, entonces, “se entera del estado de salud del
mandamás”.
El dolor martiriza “al puestero” -del casco de Macedo-, casco sin funciones castrenses como supo
ser “en la conquista”, pues se trata, ahora, de un
puesto “no militarizado”. El puestero se halla en
una situación vulnerable -debe mantener su autoridad por un lado- y por el otro, conservar el
respeto de su patrón hacia él, algo a perder si esta
mucho tiempo ¡tirado!.
La molestia en su columna lo tiene a maltraer
-el dolor- no le permite moverse con libertad y
cuando lo hace, -sufre a a horrores-. Se cayó del
Caballo ¡por el susto del animal ante una Víbora
entre los pajonales¡ y golpear el suelo con la espalda, por suerte fue socorrido por el peón que
lo acompañaba.
La estructura sanitaria aplicada a aquellos pagos
-es deficiente-, se agrava la situación por la
falta de medicamentos donde ¡muchos de ellos
se comercian en boliches!, las enfermedades típicas - pulmonares y tuberculosis-, son tratadas
con esas medicinas. Pero “el curar” le compete a
los manosantas recomendando, también ¡el uso
de laxantes y purgantes! -sin embargo, el curandero de raza-, solo utilice sus propios mejunjes
de hiervas, infusiones y pastas curativas, a veces, acompañado por el ejercer de algún desconocido
ritual al servicio “de su sapiencia sanadora”.
“Lléveme hasta él”, le pide Aucá a su protector
Clemente, “¿para qué?” -pregunta-, ¡para sanarlo!
Clemente sabe del poder de los curanderos indios, que aprendió por vivir en las tolderías y le
dice, “está bien, te voy a llevar a verlo, seguro que
te pregunta por el nombre y le dirás que te llamas
Pedro”, Aucá asiente.
“El hombre estaba acostado y dormido”, entonces, le dice a Clemente, -déjeme a solas con él y
se queda a solas. Como si dominara el don de
la videncia que permite conocer la causa de las
enfermedades, -examina “solo a vista” detenidamente al postrado-, y después hace lo mismo con
la habitación -esta como buscando-. Entonces,
debajo de la cama -ve algo-, se trata de un sapo
pero “con la boca cosida”, lo toma con cuidado y
sale de la casa, mira en una dirección del campo y
“un cuervo se acerca de la nada”, ¡toma entre sus
patas al sapo y se aleja del lugar!.
Busca unas hiervas y le pide a Clemente que las
cocine, mientras, entra y se acerca al hombre ¡ya
despierto! -y como le dijo Clemente-, le pregunta
por el nombre, “Pedro me llamo”, trate de volver
a dormir -le pide el indio- y el hombre se duerme.
Con las hiervas hervidas las va picando -una y
otra vez-, mientras, “con otras hiervas las mezcla
hasta hacer una pasta”, un decir monótono -a
modo de rezo- parece brotar de Aucá, mientras, el enfermo recobra la conciencia. Le pide que se
de vuelta y le pasa la pasta recién hecha por la
espalda y le recomienda “que se pase eso todos
los días una sola vez”.
-Trate de ponerse en pie y no se quede en la
cama-, “solo quédese levantado”, algo que el enfermo ¡desea fervientemente!.
Va mejorando con rapidez y el hombre -agradecido con Pedro- le dice -cuando quiera- vaya
para su casa “una especie de tapera abandonada”,
ya que él ¡jamás la usaba!. Como recompensa -se
la obsequia-, “Pedro, esa tapera es tuya”, le dice, y
¡ve a ella cuando quieras!. Pero entre tanto “buen
augurio” una cosa le preocupa a Aucá “y es la
brujería del sapo”, ¿quién de los paisanos sabe
hacer tal sortilegio? porque ese automáticamente
¡pasa a ser su enemigo, por haber sanado al capataz!, debe descubrirlo pero -solo lo hará- cuando
sea atacado por él.
Con el correr de las semanas, Aucá ha dejado de
llamarse así, y adoptar su nuevo nombre -el de
Pedro-, también, acriollarse de a poco en las manera de vestir, aprender costumbres y la lengua.
Siempre silencioso, es uno más para las labores
del día y de la noche, disponerse con los paisanos
a dormir -con un chala-, “terminar el día hasta el
temprano nuevo amanecer”.
“La bruma, el humo, las nubes en la tierra”, siempre presente en las situaciones límites que enre
daron a Aucá, son vigentes en el bañado ¡donde su enemigo se le muestra!, lo sabe apenas lo ve, no hay presentaciones, -no era de las casas sino de otros campos ajenos- y estaba frente a él “para matarlo”.