Juan Oviedo

Escritor Invitado
en La Web Cultural

"Walichú, tierra maldita" 
Capítulo 7

Enormes latifundios en los pagos del Tuyu, fueron el origen de las estancias del hoy “partido de Madariaga” -mucho antes de fundarse-, zonas que en antaño “supieron ser refugio obligado de desertores, malhechores o bandidos”, y a esconderse en los Montes Grandes, tierras arrendadas varios años por Odriozola y compartir espacio con otros notables de la región como Leluar y Felix Alzaga, y con el -no todavía pueblo y Colonia Divisadero-. 
Se dice que el cacique Macedo, de la Nación Pampa -vino de Brasil, del pueblo de Maceio-, él origina el nombre del lugar, así, “la región toma su nombre”, costumbre corriente en aquellos pueblos de aborígenes. 
La región de Macedo fue utilizada “por el poder de aquel tiempo”, como parte del avance militar -doce leguas cuadradas- y alojar a lo largo de su extensión varios puestos fronterizos. Y cada puesto poseer un rancho consistente en dos piezas, con quincho y techo de paja. 
Pero aparte de la avanzada militar, el establecimiento de Macedo en el siglo XIX, puede entenderse como parte de “una organización social típica”, pues se trata de estancias y un número de inmuebles habitados -por propietarios, mayordomos, capataces y “mensuales”-. 
Algo común con la mayoría de los cascos de su tiempo, así -extensiones, construcciones de cascos, labores y jerarquías entre patrón y peón, era la estructura social presente. 
Allende a la extensión de los campos se le agregue el gran número de animales imposibles de cuidar -desde la comodidad del perímetro del casco-, motivo de la creación de “puestos. Pues en distintos lugares del campo se levantaron pequeños ranchos llamados “puestos”, viviendo un peón con su familia cuya tarea era cuidar cierto sector del lugar que le competia como tal. 
¿Su trabajo?, era recorrer y controlar el estado de los límites -las aguadas, molinos, bebederos y al ganado comprendido en su sector-, y “por contar con la confianza del patrón” hallarse en una escala superior al resto de la peonada y a la que mandaba. 
La construcción edilicia del establecimiento Macedo fue una poderosa construcción y consistió en dormitorios -más las casas para peones-, y carnicerías, más cochera y galpón de esquila de Ovejas. 
Y junto a ella, ¡el boliche de campo! -siempre como negocio exitoso-, construido de material y techo de tejas, cuente con varias piezas -y en su edificación principal-, un despacho y grueso mostrador, ¡con rejas!, para prevenirse ante cualquier tipo de contiendas, “algo corriente en aquellos años”. Así, juegos, aguardiente, entretenimiento ¡y quizás mujeres!, era toda una invitación para alcanzar “la efímera felicidad que el sensualismo depara” en aquellas condiciones duras de existencia. 
Condiciones duras “patentes” con el sufrir de cualquier accidente, ¿médicos?, solo en poblados numerosos se los encontraba, después, “rezar para que nada le pase a nadie” y de padecer algo -ir a los manosantas-, mientras, las extensiones de tierras por vigilar y controlar - hacen necesario alambrarlas-. 
Están atrasados en relación con otros pagos pues en plenos años ¡ochenta!, los límites entre las grandes estancias en Macedo son las barreras naturales de la zona-como ríos, montes, arroyos-, y también, por contar con la tarea ardua de la peonada para zanjear o hacer pircas. 
Macedo tiene un destino entre las estancias de Alejandro y Federico Leloir, extendiéndose hasta el cordón del mar. El devenir lo posiciono avanzada contra el indio, después, espacio con grandes cascos de estancias -y más adelante-, paraje de la estación de tren, “urbanizado” por la construcción de casas ferroviarias con un almacén de campo llamado La Victoria, ¡vigencia del nombre e identidad del lugar”!. 
“Aucá esta extenuado”, se baja de su caballo y se recuesta sobre la hierba, por eso no es dificultoso oír el sonido de algo -acercándose al galope-, se pone de pie y el paisano ¡sorprendido se detiene! “lo sorprende la presenciade del indio”, pero no le teme “esta acostumbrado a ellos”. Porque en plena campaña -la frontera-, al no ser una línea fija separando mundos, por el contrario, ¡era una zona de mezcla entre ambas sociedades!, supo vincularse con indios. Simultáneamente al conflicto, “tanto indios como blancos intercambiaban” -telas, herramientas, ropas, armas, bebida, comida, cueros-, era un espacio o ámbito de línea difusa pero no divisora, por contemplarse intereses -de unos y de otros-. 
El paisano supo ser parte de esos renegados -que se habían pasado a los indios-, pues existía una cantidad considerables de blancos decididos ¡ir a vivir entre los indios!, por varias razones muy personales -como deserción, escape de la ley, trifulcas varias y evitar venganzas-, y disponerse a ir hacia las tolderías -y vivir allí como refugiados-. 
Por eso no hubo complicaciones a la hora de la comunicación entre ambos, ¡y enterarse de las peripecias de Aucá!, entonces, llevado -por su pasado en aquellas tolderías-, decide ayudarlo y le ofrece “un lugar” para trabajar en el puesto de la estancia -como un peón más-. 
Algo que no es descabellado, teniendo en cuenta que muchos Pampas habían pasado a integrar un incipiente sector de trabajadores rurales e incorporados -como mano de obra contratada para las cosechas- siendo expertos hacedores de cueros. 
El paisano lo considera -su protegido-, y le enseña las tareas que deberá realizar en el campo -cuidar, arrear, zanjear- y compartir con los otros gauchos las casas. Con el correr de los días y semanas, se va acostumbrando a su nueva situación, entonces, “se entera del estado de salud del mandamás”. 
El dolor martiriza “al puestero” -del casco de Macedo-, casco sin funciones castrenses como supo ser “en la conquista”, pues se trata, ahora, de un puesto “no militarizado”. El puestero se halla en una situación vulnerable -debe mantener su autoridad por un lado- y por el otro, conservar el respeto de su patrón hacia él, algo a perder si esta mucho tiempo ¡tirado!. 
La molestia en su columna lo tiene a maltraer -el dolor- no le permite moverse con libertad y cuando lo hace, -sufre a a horrores-. Se cayó del Caballo ¡por el susto del animal ante una Víbora entre los pajonales¡ y golpear el suelo con la espalda, por suerte fue socorrido por el peón que lo acompañaba. 
La estructura sanitaria aplicada a aquellos pagos -es deficiente-, se agrava la situación por la falta de medicamentos donde ¡muchos de ellos se comercian en boliches!, las enfermedades típicas - pulmonares y tuberculosis-, son tratadas con esas medicinas. Pero “el curar” le compete a los manosantas recomendando, también ¡el uso de laxantes y purgantes! -sin embargo, el curandero de raza-, solo utilice sus propios mejunjes de hiervas, infusiones y pastas curativas, a veces, acompañado por el ejercer de algún desconocido ritual al servicio “de su sapiencia sanadora”. 
“Lléveme hasta él”, le pide Aucá a su protector Clemente, “¿para qué?” -pregunta-, ¡para sanarlo! Clemente sabe del poder de los curanderos indios, que aprendió por vivir en las tolderías y le dice, “está bien, te voy a llevar a verlo, seguro que te pregunta por el nombre y le dirás que te llamas Pedro”, Aucá asiente. 
“El hombre estaba acostado y dormido”, entonces, le dice a Clemente, -déjeme a solas con él y se queda a solas. Como si dominara el don de la videncia que permite conocer la causa de las enfermedades, -examina “solo a vista” detenidamente al postrado-, y después hace lo mismo con la habitación -esta como buscando-. Entonces, debajo de la cama -ve algo-, se trata de un sapo pero “con la boca cosida”, lo toma con cuidado y sale de la casa, mira en una dirección del campo y “un cuervo se acerca de la nada”, ¡toma entre sus patas al sapo y se aleja del lugar!. 
Busca unas hiervas y le pide a Clemente que las cocine, mientras, entra y se acerca al hombre ¡ya despierto! -y como le dijo Clemente-, le pregunta por el nombre, “Pedro me llamo”, trate de volver a dormir -le pide el indio- y el hombre se duerme. 
Con las hiervas hervidas las va picando -una y otra vez-, mientras, “con otras hiervas las mezcla hasta hacer una pasta”, un decir monótono -a modo de rezo- parece brotar de Aucá, mientras, el enfermo recobra la conciencia. Le pide que se de vuelta y le pasa la pasta recién hecha por la espalda y le recomienda “que se pase eso todos los días una sola vez”. 
-Trate de ponerse en pie y no se quede en la cama-, “solo quédese levantado”, algo que el enfermo ¡desea fervientemente!. 
Va mejorando con rapidez y el hombre -agradecido con Pedro- le dice -cuando quiera- vaya para su casa “una especie de tapera abandonada”, ya que él ¡jamás la usaba!. Como recompensa -se la obsequia-, “Pedro, esa tapera es tuya”, le dice, y ¡ve a ella cuando quieras!. Pero entre tanto “buen augurio” una cosa le preocupa a Aucá “y es la brujería del sapo”, ¿quién de los paisanos sabe hacer tal sortilegio? porque ese automáticamente ¡pasa a ser su enemigo, por haber sanado al capataz!, debe descubrirlo pero -solo lo hará- cuando sea atacado por él. 
Con el correr de las semanas, Aucá ha dejado de llamarse así, y adoptar su nuevo nombre -el de Pedro-, también, acriollarse de a poco en las manera de vestir, aprender costumbres y la lengua. Siempre silencioso, es uno más para las labores del día y de la noche, disponerse con los paisanos a dormir -con un chala-, “terminar el día hasta el temprano nuevo amanecer”. 
“La bruma, el humo, las nubes en la tierra”, siempre presente en las situaciones límites que enre daron a Aucá, son vigentes en el bañado ¡donde su enemigo se le muestra!, lo sabe apenas lo ve, no hay presentaciones, -no era de las casas sino de otros campos ajenos- y estaba frente a él “para matarlo”.
El enemigo de Aucá, no es -un chaman de raza-, ¡no manejaba sortilegios mortales!, entonces, si o si debe hacerlo “materialmente”. 
Por eso se le descubre su enemigo, ¡se baja del caballo y desenvaina el facón!, se envuelve el brazo con el poncho y lentamente como estudiándolo se acerca. “Aucá está en peligro”, el malevo no tendrá compasión con él, y si bien la situación le es familiar -hay una diferencia-, ¡estaba bien despierto, no había somnolencia alguna!, y eso que siempre -lo salvo-, ahora, no estaba. La amenazante presencia se le acerca sigiloso. 
“Ve venir el planazo y lo esquiva” -es más, le parece como ¡si ya sabía lo que el otro iba a hacer!, el otro - con rabia- busca embestirlo, y sin problemas, Aucá, lo vuelve fácilmente a esquivar. Es lento en sus movimientos y muy anunciados por la postura de su cuerpo, esas estocadas malogradas -lo embravecen mucho más-, “amaga que va a hacer algo” pero Aucá -ni se mueve-, con impotencia total y obnubilado de furia ¡ataca con todo su vigor!, no ve la rama en el suelo “a la que pisa” -y lo hace trastabillar-. Entonces, el bañado comienza a teñirse de rojo -es sangre-, el matrero “cayó sobre su propio facón”. 
Aucá se acerca al moribundo, lo mira fijamente y le parece ver “una mirada detrás de esos ojos”, los que se van cerrando lentamente hasta no abrirse más. Mirada a la que “quizás” mucho tiempo después-sabrá de qué se trata-. 
El asunto -solo fue un comentario entre la peonada del puesto- ante el accidente ocurrido, ¡caerse y cortarse! -no es frecuente- y “con tanta mala suerte”, ¡menos!. El puesto continua con sus funciones diarias pero para Clemente -el incidente- sabe que puede traer consecuencias más adelante, ¡y no judiciales!. 
La cura del capataz, la brujería sufrida y esta muerte en el bañado, ¡la cantidad de esos sucesos extraños! -no son buenos augurios-. 
Sin embargo, pasan meses de aquellos sucesos y todo se aquieta y se olvida. “Hay un pueblo nuevo a unas seis leguas de por aquí”, comenta un peón al mediodía en espera del asado, se llama Colonia Divisadero, unos de los patrones del pago -dicen que lo fundó-, ¿y habrá trabajo por allí?, pregunta otro, a lo que Clemente interviene, “si alguien no está a gusto acá, allá se puede ir a intentar suerte”, nadie dice ni acota nada. 
“Quizás porque el trabajo del campo fuera uno de los más duros”, el peón debe poseer muchas habilidades -domar, enlazar, pialar-, aparte de ser ducho en las actividades ganaderas, algo que no suele estar muy bien recompensado con la paga. Pero el conchabo implica casa y comida y que no solo es el asado sino a veces compuesto por puchero de cordero, choclo y zapallos, mazamorra, dulce de algarroba y el bocado predilecto -los pastelitos-. 
Pero el campo también aloja -al germen del progreso- en la figura del ferrocarril, vincule soledades y comunique lugares e impulce eficazmente la creación de pueblos y parajes nuevos, como el de Macedo. 
Porque estrictamente “Macedo” -jamás fue un pueblo concreto- sino una región, al que adopta con su nombre “la flamante estación ferroviaria” ubicada -en el nuevo paraje- e intermedia de otros destinos. 
“Ve hacia la costa”, le hubo dicho el machi a Auca´, y así lo hizo pues los terrenos del establecimiento Macedo “llegan hasta la costa” -y con naufragios en la zona-, cercanos a la vecina localidad de Mar Chiquita, donde algunos puesteros ¡supieron apropiarse de restos de tales accidentes!. 
Se dice que “inspirado en el naufragio de un barco frente a estas costas”, nace la leyenda -del pirata errante-, fundamento de la hostería “El Viejo Contrabandista”, -hoy vigente-. 
Y por ello ¡no fue gratuito el construir del faro Querandí!, perder las referencias respecto a la costa, para el navegante “es de sumo peligro”, porque estar desorientado geográficamente en el mar ¡tiene sus graves consecuencias! 
Tales calamidades determinaron “la misión del faro” -y el navegante-, “tener un punto geográfico de referencia en la tierra”, mucho más preciso ¡para su navegar costero! 
La zona de Mar Chiquita supo albergar la presencia del mítico cacique Calfucurá, habitó esas tierras durante el siglo XIX, su porte era el de un ¡guerrero valeroso!, se dice que llevaba una pequeña piedra color azul -como ofrenda de un espíritu-, y lo convertiría en un conductor invencible. 
Este territorio nacio al dividirse el partido de Monsalvo, Mar Chiquita surge de ahí y precedida por el habitar de estancias como El Durazno y pulperías como la Esquina de Argúas, -ubicada a unas varias leguas de Coronel Vidal-. Contaba con la atención de Mario, el primero de los hombres en atender aquel negocio con venta de licores, comestibles y simultáneamente -funcionar como oficina postal-. 
A mediados -de los sesenta- en Mar Chiquita se demarcan sus límites nuevos, siempre acompañado por las grandes estancias de aquel tiempo: Los Naranjos, La Armonía, Loma de Rico, esta última, con una particularidad -la primera en usar el alambrado-, en la zona, ¡y mucho antes que en los pagos de Macedo! lugar de donde proviene Aucá.
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