Juan Oviedo

Escritor Invitado
en La Web Cultural

"Walichú, tierra maldita" 
Capítulo 5

“El sueño precedió al espíritu y el espíritu a las cosas”, umbral intermedio entre las tinieblas del linterior y la opacidad del afuera -e intersección precisa al devenir siempre paciente-, con aquellos que sueñan, por eso ¡solo hay que saber soñar!. 
No dejarse confundir con el dormir ordinario -el saber es ese-, no confundirse con lo ordinario del mundo y dejar de lado, a lo extraordinario de lo invisible y su existir como tal. Así, lo distante, lo fugaz, del otro ancestral, aguarda -como el amigo animal también-, en el espacio de lo sobrenatural y deambular de difuntos entre las noches -que no son terrestres-. 
Desde el pewma (sueño) se debe aprender a soñar, he allí ¡la puerta al inframundo! -y milenario desocultar-, de brujos y chamanes, y solo por el viaje y la sabiduría del “saber soñar”, mientras se sueña, se aprenda sobre esa realidad paralela. 
La mapu (tierra) se prolonga en sus habitantes, don Pedro creció viendo lo que los huincas le hacían a la madre, escindirla en estancias y hacerla propiedad -después parcela y así, venderla-”lamento originario por lo que hace el blanco”, sin tierra no hay caballo y sin ambos, perder el mundo para habitarlo. 
Don Pedro mora “en los campos de Macedo”, en un viejo rancho igual que otras casas y ranchos de la región, la mayoría -de paja arriba, barro abajo, paredes de barro y paja-, y la costumbre por tomar cuantiosamente mate. 
Ese rancho fue emplazado mucho antes “que naciera estación Macedo”, en campos que eran casi 30.000 has. de estancia en el partido del Tuyu -perteneciente a los antiguos pagos de Monsalvo-. 
Él era aborigen, quizás Pampa, Mapuche o Tehuelche, no se sabe bien pero “sí su actividad”, ¡remediar a las personas!. Era “el curandero” para la gente de la zona. 
Su habilidad basada en el “saber ancestral” o “sabiduría de indio”, determine sobre las quejas de los pacientes, tratar sus dolencia y enfermedades típicas como -el mal de ojo, el empacho, la culebrilla, pata de cabra, desgarros, asientos estomacales- y en casos más peligrosos como “daño” o “brujería” -provocando el mal-. 
Don Pedro es un nombre de blanco -su nombre de indio, su nombre verdadero- es el de Aucá (significa rebelde). De niño en los toldos supo ayudar al pastoreo de rebaños y alimento de carne, sangre y leche, -y usada también para hacer queso-. 
El rebaño que cuida Aucá es familiar y eso les provee materias primas -como cueros y lana-, disponer de huesos, astas, cerdas y crines, nervios y tendones, ¡donde todo se aprovecha!. Junto con otros niños -juegan-, a buscar hierbas y hacer “sencillos remedios para el propio curar” -como médicos de sí mismos-. Un accidente determino su futuro -por sobrevivir a la caída de un rayo-, cuyas secuelas fueron apenas ¡un leve aturdir!, después, “ninguna herida ni nada serio”. Pero antes del augurio del cielo, a ese mitad niñoadolescente, le fascinaba ser capitanejo de lanceros al servicio de aquellos grandes lonkos -de los que se hablaba con respeto-, como Calfucurá el señor de la guerra, Catriel 10 águilas, Guor el zorro cazador de pumas, Pincén o nieve porque ese era el color de su piel. 
Son los últimos ruka (toldos) en esa zona de la inmensa llanura, viviendas móviles y construidas -con postes sobre el terreno- “donde se extienden cueros de caballo o de vaca”, pieles para ser cocidas con tendones de ñandú por las orillas -y a modo de chimenea-, en el centro del toldo hacer una especie de pozo y poner excrementos de vacas o madera, para prender y mantener el fuego. 
“Una tristeza late por toda la pampa”, por un presentir, ¡tarde o temprano serán dominados por el huinca! Pero a Aucá, otras vicisitudes le esperan -el periodo de su iniciación-, porque el rayo “lo hubo señalado”. 
“Las aves no vuelan porque si, tienen un destino que les espera, lo mismo es con nosotros y con todos -el destino es ir hacia el buen camino- y se nos debe proteger, hay un encargado de dirigir esos destinos” -le dice el machi-, la iniciación ha comenzado. 
“Debes ver, las energías que hay”, debes aprender aquello que anuncian la muerte y se muestra como bola de fuego para captar sus presas, pero solo -el poder de ese “ver”-, te será dado en un día cualquiera, ¡y lo será al ponerse en peligro tu vida! -continua diciéndole el machi-. 
El niño-adolescente está en la fase primaria de su iniciación, donde se le dice, “que el mundo” deja por momentos -de ser lo que es-, según sus cotidianos ojos, y deberá ver como también lidiar con cosas “a las que por ahora” -no conoce- y se le revelarán “frente a la muerte”. 
“No ver lo que ves” -le queda dando vueltas-, y menos recordar esa cita suprema a devenir, ¡del estar ante la muerte! 
“El ver, la visión fue, es y será”, el supremo destino para poder conocer, ¡solo el ver! muestra -y nadie te dará ese poder- sino que “lo debes conquistar”, recuerda tales palabras. 
En su segunda instancia iniciática, Aucá deberá permanecer solo -durante un tiempo entre los pajonales cola de zorro como principal arbusto-, región más al oeste del entonces partido del Tuyu, enfrentar a la intemperie, ¡y arreglárselas como pueda!. 
Llega el dia -y al salir de las tolderías- “le vendan los ojos para que no se oriente”, solo lleva un raido chiripá pero ninguna boleadora, Caballo o lanza para defenderse de pumas o cimarrones como también, “sin tales elementos” no podrá cazar -Liebres, Vizcachas, Mulitas-.  
“El camino es largo” y tras un día de marcha -ya en el nuevo día-, se detienen, y sin decirle nada lo dejan ahí, ¡deberá improvisarlo todo!, resistir -y de sobrevivir-, volver a estar frente al machi. 
“Cuando el horizonte lo encuentras con sólo levantar los ojos” -norte, sur, este y oeste-, es que te hallas en lo profundo de la pampa ¿y qué eres en esa inmensidad de estrellas?, una pretensión humana y un corazón que late “con un destino oculto”, aún, para el propio destino ¡inconsciente de si!. 
Y si la noche te ampara, un arrobo de miel contenga tu cuerpo -como el susurro de un beso “siempre anhelado”-. Así el sol responde -ante el saludo de Aucá por la mañana- sin ser captado por él. 
Otea donde se encuentra, no lo sabe y busca una elevación para poder situarse, mira al sol en lo alto, debe esperar a que baje un poco y encuentre algún indicio ¡en donde se halla!, mientras, debe construir algo, hacer una lanza -pues no podrá defenderse ni cazar sin ella-, divisa unos árboles y considera que es buen lugar “para protegerse”. 
Aucá no olvida algo, que esa supervivencia está al servicio de un motivo -de un aprendizaje-, al que nadie le podrá decir ni enseñar ¡pero si! “debe aprender”, la mapu aguarda por otro -a quien mostrar- “su sentido profundo”. 
El sol, mientras cae, “le genera cierto apuro” porque ¡llegará rápida la primera noche! e ir hacia donde se halla el piquillín - un pequeño árbol con frutos comestible-, “y allí va”. Encuentra algunas ramas y construye una especie de catre “al que apoya sobre las ramas de los piquillines”, y poner distancia con el suelo -no quiere estar a ras del piso-, Arañas, Escorpiones y Víboras, ¡podrían rondar por ahí!.
Ilustración: Ismael Dajczak
Con su refugio terminado pasa la noche sin mayores apuros, jugar de niño -como a todos los depredadores-, “le dio cierta destreza en esto de arreglárselas por sí mismo” -la de hacer sus propias curaciones-. 
Despunta el nuevo día -se pone a comer piquillines-, mientras, hipnotizado mira el horizonte y en esa desolación, se le “aparece la distancia”, pero tal distancia -no eran de los metros-, de una cosa o árbol respecto a otro, sino con algo que tiene que ver con la lejanía, con lo lejos -lo distante-, experiencia rara, en especial -por haber nacido, crecido y vivido-, en una tierra abierta al horizonte. 
Decide hacer -su lugar- en esa zona protectora de los piquillines, busca arbustos y se vale de una piedra filosa para cortar pajonales -tiene al fin su lanza-, debe construir un techo y se dispone a buscar alguna osamenta “y ponerla como techo en su choza”, por suerte hay aguadas y eso atraerá animales ¡alguno podra cazar! -hace más de un día que no come-. Detecta cuevas de Vizcachas, no tiene boleadora pero sí un improvisado arco -con el tiento hecho de una osamenta-. Con ese arco esperara a la noche. 
¡Ahhhhh el sonido nocturno de la pampa!, Grillos, Vizcachas y algún perdido grito de Zorro, le llega a un Aucá acechante “y listo para cazar” cuando salgan de sus madrigueras en el suelo. Entonces, sale una para mirar, después, otra y otra más, se toma su tiempo, tensa el arco despacio y dispara ¡pero erra!, todas las Vizcachas escapan hacia sus madrigueras. “Otra noche sin comer”. 
Camino a su refugio “se da cuenta de algo” -que no es tan hábil “como creía que era”-, y quizás momento de pedir ayuda a la mapu pero ¿cómo hacer tal pedido y la ceremonia? sin el cultrún (instrumento de percusión), o una pilfica, (flauta hecha de hueso o madera); o sin trutuca, (instrumento de aire hecho de caña coligüe). No pueda realizar repetidamente su invocar -no logre conmover-, ¡debe inventar algo para pedir pues la necesidad así lo exige!. Aucá le pedirá a la naturaleza una bendición para sus penurias “aunque, no posea tal habilidad”, ¡se trata uno de los momentos más delicados! - en que “lo trascendente de lo sobrenatural” tiene su vínculo con lo natural-, las cosas poseen un espíritu -los que dan vida y aliento-. 
La habilidad consiste en saber conectarse con ellos y por eso -la necesidad de pedir permiso-, pero antes, la desesperación por fabricar algo y así conectarse. 
Debe aguantar (por el hambre) todo el día de nuevo -y por la noche- volver al acecho, pero esta vez será distinto -pedirá permiso- y tras improvisar una trutuca, realiza la ceremonia del ruego en la llegada del atardecer. Cae poco apoco la noche, y se acerca sigiloso, así se queda quieto por un tiempo largo -una hora quizás-, pero las Vizcachas alertadas por la noche anterior ¡no saldrán fácilmente de sus madrigueras!, así y todo prepara su arco y pone su mejor flecha -una vara y punta pulida con un pedazo de piedra-. 
No hay luz de luna y eso le facilitara las cosa, escucha -el típico sonido de una de ellas- ha salido de la madriguera, como avisando que “no hay peligro”. Aucá casi no respira y como un felino se arrastra lo más cercano -como a unos diez metros-, 
sin hacer ruido, de a poco tensa su arco y cuando va a disparar la flecha -escucha el sonido desalentador y mortífero- ¡crack!, “el arco no resistió la tensión y se rompe”. Nueva derrota y nuevo fracaso. 
“La noche es un sufrir” -agitado, transpirando y con pesadillas-, Aucá ¡vive plenamente el sueño!, como un fantasma al ras del piso -se acerca a las Vizcachas- y con un salto las atrapa, donde “era y no era él”, allí, entidades extrañas le ordenan que deje el lugar -gritos que lo asustan-, era como un sueño dentro del sueño “¿el inframundo?”, ¡hasta perder la conciencia! y dormir en paz su sueño. 
El cansancio es por falta de energía, los piquillines se han agotados, apenas bebe el agua que lo mantiene, casi no se mueve, ¡la inanición está haciendo estragos en él!, por momentos, pierde el sentido de la orientación y cae al suelo extenuado, el dolor en la barriga es intolerable, ¡debe comer algo, que no fueran insectos, piquillines y tomar agua! -pierde el conocimiento- en el descampado y a metros de su improvisada choza. 
Auca sueña el mismo sueño, ¡reptando tras las Vizcachas!. 
¡Levántate, levántate!, una voz que proviene lejana-, lo despierta, -mareado, nauseabundo, débil, parece un cadáver- es lo que sale de la choza y ve algo que no puede creer, “para su total sorpresa” -enclavada sobre un espinillo- ¡hay dos Vizcachas muertas!. 
Y allí entiende lo que el chamán -le dijo una vez-, “busca el espíritu compañero animal”, encuentra el espíritu compañero animal, hazte amigo del espíritu compañero animal, “ese que en el fondo, también eres”. 
Aucá en pleno ascetismo -a través del pewma-. ¡sin saber cómo!, se hubo puesto en contacto “con esa realidad paralela y ancestral”, diferente a la realidad ordinaria, -la que le mostraba la mitad humana y la mitad animal-, un humano desconociendo todo respecto a su otra entidad, “que era animal”, y que de alguna forma, ¡había extrapolado!. 
Estaba ante una experiencia chamánica y revelación simultánea, pero el desafío por venir ¡será actuar y sacar ese compañero conscientemente!, desde su voluntad -es lo que debe aprender- y así, adquirir la capacidad y el saber de ese animal -que también es él-. 
“Con un impulso desesperado se avalanza sobre las Vizcachas” y a devorarlas como están, pero se contiene -prende un fuego y las asa-, después, ya satisfecho mira los alrededores de la choza, y se dice ¡que con el cuero podrá hacer tientos y atar mejor lo que fuera! y con los huesos, inventar una pilfica, mientras, la lluvia se dibuja en el horizonte y su sombra cada vez mayor -y no tarde en hacerse aguacero-. 
Cava un hoyo en el centro de la choza, pone brazas y se dispone a esperar a que la tormenta pase. Quizás, ese fuera “el mejor de sus días” - en ese lugar-. 
Aucá, con la lluvia de fondo desentraña -frases, momentos del decir de sus mayores sobre el inframundo-, el lugar vinculado al origen de la vida, de las plantas y los alimentos. Percibir esa otra realidad -esa que ven los chamanes-, ponerse en contacto con espíritus y difuntos, escuchar sus mensajes y también salir de su cuerpo, es algo que comieza a ambicionar, ¡en los sueños y sin estímulos externos!. 
¿Y qué se le revele?, un mundo paralelo o el mundo espiritual que hace de la realidad algo ordinario. 
“Porque el mundo inanimado de las cosas del mundo”, ¡estaba soportado por realidades llamadas espíritus!, y al contener a la naturaleza humana -la mostraba dual-, y solo abordada “por el alma de los chamanes”, -de aquellos que dominan a voluntad su manifestar exterior-. En un pantallazo, el mundo a Aucá, ¡se le complejiza más y más!.

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