“El sueño precedió al espíritu y el espíritu a las
cosas”, umbral intermedio entre las tinieblas del
linterior y la opacidad del afuera -e intersección
precisa al devenir siempre paciente-, con aquellos
que sueñan, por eso ¡solo hay que saber soñar!.
No dejarse confundir con el dormir ordinario -el
saber es ese-, no confundirse con lo ordinario del
mundo y dejar de lado, a lo extraordinario de lo
invisible y su existir como tal. Así, lo distante, lo
fugaz, del otro ancestral, aguarda -como el amigo
animal también-, en el espacio de lo sobrenatural
y deambular de difuntos entre las noches -que no
son terrestres-.
Desde el pewma (sueño) se debe aprender a soñar, he allí ¡la puerta al inframundo! -y milenario
desocultar-, de brujos y chamanes, y solo por el
viaje y la sabiduría del “saber soñar”, mientras se
sueña, se aprenda sobre esa realidad paralela.
La mapu (tierra) se prolonga en sus habitantes,
don Pedro creció viendo lo que los huincas le hacían a la madre, escindirla en estancias y hacerla
propiedad -después parcela y así, venderla-”lamento originario por lo que hace el blanco”, sin
tierra no hay caballo y sin ambos, perder el mundo para habitarlo.
Don Pedro mora “en los campos de Macedo”, en
un viejo rancho igual que otras casas y ranchos
de la región, la mayoría -de paja arriba, barro
abajo, paredes de barro y paja-, y la costumbre por tomar cuantiosamente mate.
Ese rancho fue emplazado mucho antes “que naciera estación Macedo”, en campos que eran casi
30.000 has. de estancia en el partido del Tuyu
-perteneciente a los antiguos pagos de Monsalvo-.
Él era aborigen, quizás Pampa, Mapuche o Tehuelche, no se sabe bien pero “sí su actividad”,
¡remediar a las personas!. Era “el curandero” para
la gente de la zona.
Su habilidad basada en el “saber ancestral” o “sabiduría de indio”, determine sobre las quejas de
los pacientes, tratar sus dolencia y enfermedades
típicas como -el mal de ojo, el empacho, la culebrilla, pata de cabra, desgarros, asientos estomacales- y en casos más peligrosos como “daño” o
“brujería” -provocando el mal-.
Don Pedro es un nombre de blanco -su nombre
de indio, su nombre verdadero- es el de Aucá
(significa rebelde). De niño en los toldos supo
ayudar al pastoreo de rebaños y alimento de carne, sangre y leche, -y usada también para hacer
queso-.
El rebaño que cuida Aucá es familiar y eso les
provee materias primas -como cueros y lana-,
disponer de huesos, astas, cerdas y crines, nervios y tendones, ¡donde todo se aprovecha!.
Junto con otros niños -juegan-, a buscar hierbas
y hacer “sencillos remedios para el propio curar”
-como médicos de sí mismos-. Un accidente determino su futuro -por sobrevivir a la caída de
un rayo-, cuyas secuelas fueron apenas ¡un leve
aturdir!, después, “ninguna herida ni nada serio”.
Pero antes del augurio del cielo, a ese mitad niñoadolescente, le fascinaba ser capitanejo de
lanceros al servicio de aquellos grandes lonkos
-de los que se hablaba con respeto-, como Calfucurá
el señor de la guerra, Catriel 10 águilas,
Guor el zorro cazador de pumas, Pincén o nieve
porque ese era el color de su piel.
Son los últimos ruka (toldos) en esa zona de la
inmensa llanura, viviendas móviles y construidas
-con postes sobre el terreno- “donde se extienden
cueros de caballo o de vaca”, pieles para ser cocidas con tendones de ñandú por las orillas -y a
modo de chimenea-, en el centro del toldo hacer
una especie de pozo y poner excrementos de vacas o madera, para prender y mantener el fuego.
“Una tristeza late por toda la pampa”, por un presentir, ¡tarde o temprano serán dominados por el
huinca! Pero a Aucá, otras vicisitudes le esperan
-el periodo de su iniciación-, porque el rayo “lo
hubo señalado”.
“Las aves no vuelan porque si, tienen un destino
que les espera, lo mismo es con nosotros y con
todos -el destino es ir hacia el buen camino- y se
nos debe proteger, hay un encargado de dirigir
esos destinos” -le dice el machi-, la iniciación ha
comenzado.
“Debes ver, las energías que hay”, debes aprender aquello que anuncian la muerte y se muestra
como bola de fuego para captar sus presas, pero
solo -el poder de ese “ver”-, te será dado en un
día cualquiera, ¡y lo será al ponerse en peligro tu
vida! -continua diciéndole el machi-.
El niño-adolescente está en la fase primaria de
su iniciación, donde se le dice, “que el mundo”
deja por momentos -de ser lo que es-, según sus
cotidianos ojos, y deberá ver como también lidiar
con cosas “a las que por ahora” -no conoce- y se
le revelarán “frente a la muerte”.
“No ver lo que ves” -le queda dando vueltas-, y
menos recordar esa cita suprema a devenir, ¡del
estar ante la muerte!
“El ver, la visión fue, es y será”, el supremo destino
para poder conocer, ¡solo el ver! muestra -y
nadie te dará ese poder- sino que “lo debes conquistar”, recuerda tales palabras.
En su segunda instancia iniciática, Aucá deberá
permanecer solo -durante un tiempo entre los
pajonales cola de zorro como principal arbusto-,
región más al oeste del entonces partido del
Tuyu, enfrentar a la intemperie, ¡y arreglárselas
como pueda!.
Llega el dia -y al salir de las tolderías- “le vendan
los ojos para que no se oriente”, solo lleva un
raido chiripá pero ninguna boleadora, Caballo
o lanza para defenderse de pumas o cimarrones
como también, “sin tales elementos” no podrá
cazar -Liebres, Vizcachas, Mulitas-.
“El camino es largo” y tras un día de marcha -ya
en el nuevo día-, se detienen, y sin decirle nada
lo dejan ahí, ¡deberá improvisarlo todo!, resistir
-y de sobrevivir-, volver a estar frente al machi.
“Cuando el horizonte lo encuentras con sólo levantar los ojos” -norte, sur, este y oeste-, es que
te hallas en lo profundo de la pampa ¿y qué eres
en esa inmensidad de estrellas?, una pretensión
humana y un corazón que late “con un destino
oculto”, aún, para el propio destino ¡inconsciente
de si!.
Y si la noche te ampara, un arrobo de miel contenga tu cuerpo -como el susurro de un beso
“siempre anhelado”-. Así el sol responde -ante el
saludo de Aucá por la mañana- sin ser captado
por él.
Otea donde se encuentra, no lo sabe y busca una
elevación para poder situarse, mira al sol en lo
alto, debe esperar a que baje un poco y encuentre
algún indicio ¡en donde se halla!, mientras, debe
construir algo, hacer una lanza -pues no podrá
defenderse ni cazar sin ella-, divisa unos árboles
y considera que es buen lugar “para protegerse”.
Aucá no olvida algo, que esa supervivencia está al
servicio de un motivo -de un aprendizaje-, al que
nadie le podrá decir ni enseñar ¡pero si! “debe
aprender”, la mapu aguarda por otro -a quien
mostrar- “su sentido profundo”.
El sol, mientras cae, “le genera cierto apuro” porque ¡llegará rápida la primera noche! e ir hacia donde se halla el piquillín - un pequeño árbol con frutos comestible-, “y allí va”. Encuentra algunas ramas y construye una especie de catre “al que apoya sobre las ramas de los piquillines”, y poner distancia con el suelo -no quiere estar a ras del piso-, Arañas, Escorpiones y Víboras, ¡podrían rondar por ahí!.